Dejé mis cosas en la mesa y me acerqué a su escritorio, captando su atención.

—Señor Smith, ¿qué tarea debo hacer como castigo? –pregunté curiosa.

El rubio me ojeó de arriba a abajo mientras jugaba con un bolígrafo entre sus dedos.

Vaya, nunca había tenido tantas ganas de ser un boli.

Deshice ese pensamiento de mi cabeza cuando él se movió, apoyándose en el respaldo de la silla.

—Dígame usted, ¿qué cree que merece como castigo por su insolencia? –respondió con cierta diversión.

—Bueno... –carraspeé mientras apoyaba una de las piernas en su mesa- Creo que estaré dispuesta a aceptar cualquier cosa que usted proponga.

Sus ojos observaron con detenimiento mis piernas y el espacio de piel que la falda había dejado ver al subirse.
Se inclinó hacia delante de nuevo, rozando a propósito una de sus manos contra mi piel desnuda.

—¿Usted cree? Quizás sea algo rudo. –dijo acercándose a mí con un tono de voz más bajo.

Inconscientemente relamí mis labios, las insinuaciones me estaban pasando factura, pues me sentía arder.

—Pruébeme. –le reté con valentía aunque por dentro estuviera temblando.

Las comisuras de su boca se curvaron en una pícara sonrisa que pude observar con detalle ya que se encontraba a escasos centímetros de mí.
En un impulso lo agarré de la corbata y acorté la distancia que nos separaba, juntando nuestros labios.
Me estremecí cuando su lengua encontró la mía, demandante.
Sus manos me agarraron con fuerza colocándome encima del escritorio, dejándolo a él en medio de mis piernas.
Acarició mis muslos, ascendiendo con lentitud y me removí, deseosa por sentir más su tacto.
De un tirón abrió mi camisa del uniforme, quitándola y dejando ver mi sujetador.
Jadeé por la impresión y mordí su labio, a lo que él respondió ejerciendo cierta presión en mi carne.
Finalmente  su mano palpó mi centro por encima de la ropa interior, y solté un suave gemido cuando apartó dicha prenda, acariciando mis pliegues con suavidad.

—Qué mojada... –soltó en un grave jadeo.

Introdujo uno de sus dedos en mi interior y un largo suspiro salió de mí. Seguidamente, con su mano libre me desató el sujetador y su boca fue directa a lamer mis pechos.
Arañé su espalda por encima de la ropa; su dedo entrando y saliendo constantemente de mí mientras su pulgar estimulaba mi clítoris, unido a su lengua jugando en cada uno de mis pezones me hacía delirar.

—Santo Dios... -gemí sintiendo cerca el orgasmo, moviendo las caderas contra la mano del rubio.

—Al parecer el castigo ha empezado sin mí. –el pelinegro apareció por la puerta, deleitándose con la escena que le estábamos ofreciendo.

—Has tardado demasiado, Levi.
–respondió el ojiazul.

Me mordí el labio inferior y mis mejillas tomaron un cojor rojizo, avergonzada por la situación.

—¿Te ruborizas ahora... después de tenerte abierta de piernas? –preguntó Erwin mientras el de ojos grises se acercaba.

—Qué descarada. –Levi me cogió con posesión del cuello mientras una sonrisa socarrona surcaba en su rostro.

Estampó su boca contra la mía, reclamando su lugar. Yo me sentí desfallecer ante tal combinación, maravillada por la atención que ambos me brindaban.
A continuación, terminaron por quitarme la ropa restante, dejándome a su merced.
El rubio, sin vacilar se acomodó en la silla y me atrajo hacia él antes de empezar a besar la parte interna de mis muslos.

Levi Ackerman (One shots) (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora