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— Hola Tiffany, ¿qué tal?

La sensual música del lugar no opacó el sonido de su voz. Carlo le habló con total naturalidad, llamando la atención de la mujer. En cuanto la vio acercarse esbozó su mejor sonrisa irresistible mientras estiraba los brazos a cada lado del sofá, adoptando una pose que desprendía confianza y cierta prepotencia.

— Hola, guapo. Tú eres el amigo del abogadito que vino antes, ¿verdad?

El italiano no pudo evitar hacer una mueca de desagrado al oír hablar de Salinas, pero rápidamente recompuso el gesto y se mostró encantador.

— Sí... claro, soy su amigo. Es que me he quedado con curiosidad antes, ¿sabes? Cuando nos has dicho que tienes un numerito especial solo para Salinas...

Tiffany rió con coquetería, entendiendo de inmediato las intenciones del rubio y siguiéndole el juego sin pensárselo.

— Y tanto que lo tengo. Le vuelve loquito que se lo haga. —Se lamió los labios lentamente y su tono de voz se volvió sugerente. –Cómo eres amigo suyo, podría hacértelo a ti también, cariño.

La morena se sentó en el regazo de Carlo y antes de que éste pudiera decir que sí, le puso el dedo índice en los labios, sonriendo de forma cómplice.

— Pero solo si me prometes que será nuestro secreto. No quiero que el abogadito se enfade conmigo.

La sonrisa del italiano se amplió considerablemente, asintiendo de inmediato. Su mente empezó a pensar rápidamente en distintas maneras en las que podría usar eso para seguir sembrando cizaña. Podría decírselo a Salinas, a Lina, chantajear en un futuro a Tiffany si llegase a ser necesario... Además del placer psicológico de joderle la vida al abogado, también iba a obtener cierto disfrute sexual. No podría haberle salido mejor la jugada.

— Puedes confiar en mí —dijo tratando de sonar lo más sincero posible, a pesar del brillo malicioso en su mirada. — Pero espero que me trates igual de bien que a Salinas.

— Claro que sí, guapo. —La mujer se terminó de acercar contoneando las caderas y se subió al regazo de Carlo de una forma deliberadamente sensual. Se acomodó de tal forma que su trasero quedó encima de su miembro, que ya empezaba a despertar. Por la juguetona mirada que Tiffany le dedicó, supo que lo había hecho aposta.

La morena llevó los labios hasta el cuello del italiano y comenzó a dejar ligeros besos y mordiscos, mientras que sus manos iban recorriendo el contorno de sus fuertes brazos, sus anchos hombros y su fornido pecho. Carlo se dejaba hacer, recostado en el sofá con una sonrisita arrogante y satisfecha, limitándose a disfrutar.

Poco a poco, las manos de Tiffany fueron bajando hasta desabrochar su pantalón y una de ellas se coló traviesamente en el interior, haciéndolo jadear por primera vez en aquel encuentro.

— No tienes nada que envidiarle al abogadito, ¿eh? Espero que dures tanto como él.

Carlo ni siquiera se molestó por la mención de Salinas en un momento como ese. De hecho, ni siquiera había escuchado lo que la mujer le había dicho.

Toda su atención estaba en Igor, a quien acababa de ver observándolos desde el fondo del pasillo.

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