Capitulo 2: el pupilo

43 5 1
                                    


Atenas, 28 de abril de 1941


La ciudad parecía disfrutar de un día templado de primavera como los que había visto en sus más de 2500 años de historia. Los atenienses se movían despreocupados entre las tropas alemanas, que aunque todavía no habían recibido oficialmente la rendición del gobierno griego, ya se sentían como los nuevos dueños del Peloponeso. Los griegos los observaban como uno más de las decenas de pueblos que les habían invadido a lo largo de su historia, pero que con el tiempo habían terminado por irse, convirtiéndose en una nueva anécdota sin importancia en la milenaria historia de Atenas.
Myles Kouzouni caminaba cerca del Museo de la Acrópolis.

Llevaba poco más de un mes colaborando con el profesor Vasileios Petrakos, uno de los más eminentes arqueólogos griegos y el académico que más había trabajado por preservar el inmenso patrimonio heleno. Lo primero que le sorprendió al llegar fue la inusitada actividad del edificio. Una partida de estudiantes y empleados del museo se afanaban en cargar precipitadamente cajas en un camión Mercedes cubierto por una lona verde. Myles se acercó al grupo y, encogiendo los hombros, le hizo un gesto a uno de los estudiantes. Este señaló hacia el interior del edificio y el ayudante se dirigió directamente a la puerta trasera que llevaba a las salas de restauración. 

En el gran almacén había una gran algarabía. Vasileios no dejaba de dar órdenes mientras dos docenas de jóvenes acarreaban cajas de un lado para el otro.
—¿Dónde se había metido, señor Kouzouni? ¿Desconoce que Atenas se ha rendido al ejército alemán? —preguntó el profesor con el ceño fruncido debajo de sus gafas de miope.
El joven miró el rostro del profesor y pensó por un segundo que su rostro barbudo y su escaso pelo castaño le hacían prácticamente idéntico a muchas de las estatuas clásicas del periodo de Pericles repartidas por toda la ciudad.

 —Me he dormido. Ayer apenas pegue ojo por los bombardeos y a primera hora de la mañana me encontraba tan cansado que caí en un profundo sueño. Lo siento, profesor —dijo Myles.
—Llevamos toda la noche cargando obras de arte para esconderlas en las cuevas. No sabemos las intenciones de los nazis, pero ya ha habido algunos actos de vandalismo. Al parecer, ayer mismo alguien se llevó la máquina de Antiquitera. Algunos miembros de la Ahnenerbe y el profesor Franz Altheim fueron los culpables del robo. Esta misma mañana presentaré una queja ante el Alto Mando alemán —dijo el anciano sin poder disimular su consternación.

Myles miró los ojos color oliva de su mentor. Parecían aguados por la emoción y la angustia de ver el trabajo de su vida casi destruido por completo.
—Al menos no ha caído ninguna bomba sobre el museo de la Acrópolis —dijo el joven para animarlo.
El profesor frunció el ceño. Le molestaba la tranquilidad e ingenuidad de su ayudante. En algunas ocasiones le sacaba de sus casillas.

—No lo entiende, ¿verdad? Los nazis son mucho peores que una bomba. Ellos pretenden destruir el espíritu humano que logró crear gente como Platón, Aristóteles o Sócrates. El Tercer Reich representa la muerte del hombre occidental tal y como lo hemos conocido hasta este momento. El individuo es sacrificado por la masa irracional. La civilización está a punto de desaparecer. No estamos hablando de algunas estatuas robadas o destruidas por la barbarie de la guerra —dijo el profesor con un nudo en la garganta, como si las palabras se agolpasen en su boca y apenas le dejaran respirar.

—Muchos pueblos antes que los nazis nos han invadido. Los romanos, los persas, los turcos y diferentes pueblos barbaros, pero las ruinas del Partenón demuestran que nuestros principios son aún más duros que el mármol con el que está construido.

—Me temo que esa indiferencia ante lo que sucede a su alrededor terminará por destruir al pueblo griego. Ahora será mejor que eche una mano y deje de filosofar.

 Mientras continuaban cargando el camión, Myles no podía dejar de pensar en lo que le había dicho el profesor. Le extrañaba que de todas las grandes obras de la humanidad que albergaba el museo los alemanes estuvieran tan interesados en unos viejos engranajes encontrados en el mar unos decenios antes. Tras un rato largo acarreando bultos, la mente del ayudante se relajó por completo. Trabajaba mecánicamente, sin pensar, lo que alivió a su pobre cabeza durante unas horas.

proyecto: ZeitmaschineWhere stories live. Discover now