Prólogo

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La mujer aulló de dolor antes de que sus piernas flaquearan y la hicieran caer al suelo.

-¿Dónde está el libro? -ladró el hombre sujetándola del pelo tirando de su cabeza hacia atrás- No pienso repetírtelo otra vez.

Un viscoso líquido había comenzado a corroer de su vientre inaugurando un inevitable final, solo debía esperar unos segundos más, unos simples y míseros segundos más que en otra situación hubieran pasado sin decoro, a ella se le estaban empezando a hacer eternos. Le dolía el cuello y el cabello más que cualquier parte del cuerpo donde había ido a parar la brillante hoja del hombre de negro. Miraba al techo, como había mirado todo en su vida; esperando algo sin saber bien el qué, pero ahora sabía que esperaba, esperaba la muerte.

Abrió la boca para hablar, aunque primero empezó a gimotear antes de articular una sola palabra, el hombre negro que jalaba aún su cabello moreno pareció por un momento reflejar en sus ojos cierta compasión ante la moribunda criatura. A unos metros, su compañero de cacería también esperaba la débil respuesta.

-Estamos en una librería -comenzó mientras tosía sangre, cuando el ataque de tos paró, continuó- por ende, llena de libros, me temo que tendrá que especificar un poco más...

Los ojos del hombre borraron cualquier empatía o atisbo de bondad que hubiera tenido en su interior en algún momento de su vida, apretó los dientes y su mandíbula se tensó. Cogió el cuchillo y aun tensando el cabello de la mujer hacia atrás, siendo eso lo único que la mantenía lejos de caer completamente al suelo, lo empuñó en el estómago, una y otra y otra y otra vez.

Una euforia recorrió el cuerpo del hombre con solo hacer ese movimiento, sentía como se hundía la daga, como debía traspasar la barrera de piel para poder llegar al interior de la persona, la placidez inexplicable de ver como tenía el poder de convertir a una persona llena de vida y personalidad en un cuerpo inerte sin mejillas sonrojadas o respiración acelerada, en carne, en volverlo a convertir en polvo, en...

-¡Ulises! -saltó su compañero cogiéndolo por los hombros para hacer que parara- ¡Basta!, ¡Se suponía que no íbamos a matar a nadie más solo queríamos herirla!, ¡Para joder!

Su compañero, Imanol Lebrol, tuvo que darle un manotazo para alejar el cuchillo de él. Ulises soltó el cuchillo y rebotó unos metros más lejos. Estaba a una distancia inalcanzable en un solo movimiento, no sin antes pasar por su fuerte amigo que se interpuso entre la daga y él.

Su respiración estaba agitada, como si hubiera tenido una intensa noche de sexo. Se sentó sobre sus rodillas e hizo unos pequeños ejercicios de respiración para volver a recuperar el control, porque matar y el mindfulness, podían ir de la mano. Se obligó a hacerlo con los ojos cerrados, manteniendo el aire cuatro segundos y luego expulsándolo, olía la sangre, la deseaba, ni siquiera el cerrar los ojos era suficiente para apagar esa voz que susurraba y suplicaba por más.

Antes de ponerse en pie, se pasó la manga del abrigo por la cara, tratando de limpiarse lo que él creía sudor con mezclas de sangre que no era suya.

Se giró a su compañero, aún con los ojos como dos llamas de un fuego descontrolado, pupilas dilatadas porque en su interior solo albergaba deseo de seguir clavando el cuchillo con todas sus fuerzas.

-Hace tiempo que dejamos de practicar el areté, nuestra excelencia humana, nuestra virtud...

-Esa no es excusa para limitarnos al plan.

-Lo has visto -clamó apuntando con el dedo a la mujer tirada en el suelo- me ha vacilado, qué no sabe qué libro es, libros en la librería, ¡Já, y un cuerno! Será puta.

-Haz el favor de calmarte ahora mismo, ya buscaremos otra cosa que nos valga. No nos vale la pena quedarnos más aquí, debemos volver.

A regañadientes, Ulises asintió y se dispuso a seguir su camino, pero antes, por un momento, pensó dubitativo en recoger la daga. Negó con la cabeza como autorespuesta, sabía la inevitable verdad, si cogía aquel cuchillo, volvería a clavárselo al ya cadáver de la mujer.

Con paso lento y sin prisas, los dos hombres salieron de la trastienda de la librería, se escuchaban sus pisadas alejándose, hasta que finalmente se oyó la campana al abrir la puerta y el portazo de ésta al cerrarla.

La mujer, que aún danzaba entre el velo de los vivos y los muertos pensó en su prometido y lo que hubiera dado por apoyar sus labios una última vez antes de partir. Pues si uno quiere conocer quién es la persona a la que más ama, solo podrá saberlo al borde de la muerte; pensando o eligiendo con quién le gustaría pasar esos últimos momentos en el que somos conscientes de que estamos vivos, no quién uno cree que diría en vida, eso solo lo pensarían los ilusos, sino el pensamiento que solo otorga la impotencia del final, porque quién sabe si habrá alguna otra vez donde pueda compartir el mismo mundo que una vez pisó la persona a la que se amó.

Entonces, una única lágrima cayó por su rostro fundiéndose con su gran charco de sangre en el suelo.

-Adiós-susurró a nadie en concreto cuando supo, como solo lo puede saber una mujer que espera a la muerte, que se iba por siempre.

Mujeres que esperaban la muerteUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum