Libro 1 Capítulo 40

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Su padre no solo llevaba meses, sino que años, utilizándolas para su beneficio. Su compromiso con el encantador marqués de Bretaña era voluntad del monarca de Francia; y el mismo jamás habría sido anulado si ella no se hubiera enamorado del chico por ende había sido afortunada al encontrar el amor en la misma persona con la que debía casarse. Por otro lado Josette podía ser muchas cosas pero jamás una traidora puesto que no había nada que amara más que a su país, ese por el cual estaba dispuesta a casarse pese a saber que sería sumamente infeliz en dicho matrimonio.

En pocas palabras su padre estaba ciego, el poder le había hecho perder toda razón pese a que nunca había tenido mucha. Su padre no veía los sacrificios, aquellos esperados de las mismas, que estaban haciendo por el país que las había visto nacer.

- Eso me temo, su majestad -La voz ronca del general se hizo camino por la multitud, cortando con el frío mortal que se había instalado en el sitio- ¿Qué deberíamos hacer con ella, señor? -

Alaric dudó, conmocionado no por su hija sino por la inestabilidad que la misma traía a Francia con dicha situación. Su primogénita debía fortalecer el reino en lugar de destruirlo con no solo dar su espalda al compromiso con Lord Kirby sino que también escabulléndose con la heredera al trono de Inglaterra.

En su opinión su hija le había traicionado, le daba la espalda al apellido y le entregaba el trono a su peor enemigo.

- Responderá ante sus actos así como la corona lo pide -Decidió, alzando la cabeza, luego de lo que fueron unos extensos segundos de silencio.

Elizabeth frunció el ceño, definitivamente debía haber escuchado mal.

¿Así como la corona exige? Josette no podía ser juzgada de esa forma, la pena para la traición era...

Su corazón tembló, casi con la misma intensidad que sus piernas. Su madre tenía razón, algunas veces era mejor vivir en la ignorancia.

- La pena para la traición es la muerte -El general se aclaró la garganta con un evidente nerviosismo, buscando conocer si había comprendido bien el deseo de su rey.

Era tanta la sorpresa que nadie se atrevía a respirar, como si con aquello no pudieran escuchar las siguientes palabras del único hijo del rey Ed Saltzman.

- Que así sea si está alterando el equilibrio de mi reino -

La princesa jadeó ante la seguridad de aquella respuesta, por unos segundos sin poder creer lo percibido por sus oídos. Era su padre aquel que ahora atentaba contra su propia sangre, esa que siempre lo había complacido a costas de la felicidad propia.

Su espalda, hasta aquel entonces recostada contra la gran columna, se deslizó por esta hasta quedar sentada en el suelo puesto que sentía que no podía respirar. Se arrastró por el tapete hasta alcanzar un lugar seguro, apresurándose a correr por el extenso pasillo con un único fin en mente.

Corrió hasta la habitación de su hermana pero esta estaba vacía, su mayor miedo comenzando a hacerse realidad. Cuatro minutos más tarde irrumpió en la biblioteca, lugar donde tampoco tuvo suerte pese a que las esperanzas en dicho sitio no eran muchas considerando que Josie había estado en el lugar durante las primeras horas de la mañana; probablemente habiendo llevado a su habitación los libros que planeaba leer durante la semana.

Cuando caminaba por uno de los pasillos rumbo al jardín posterior de la corte, encontró sangre que no tardó en acelerarle el pulso. Dichas manchas se extendían un par de metros, las últimas siendo propias de arrastre, pero luego el tapete y las paredes volvían a estar impolutas como si la persona herida se hubiera esfumado cual fantasma. Elizabeth lo habría creído, pero era muy inteligente para aquello.

Si solo fuera Hope -Hosie 1Where stories live. Discover now