—Voy a ir a la casa a buscarte algo para desayunar.

No la detuve, estar solo un momento me venía bien. Observé el vivero, no había cambiado en nada, las cosas en el mostrador, la disposición de los pasillos entre las plantas, los carteles desgastados, todo seguía igual. En ese lugar había conocido a Matías once años atrás. Llegué necesitando encargar plantas para el conservatorio donde trabajaba y él se ocupó de asesorarme. No podía llamarlo amor a primera vista pero algo sucedió ese día que me hizo volver reiteradas veces a preguntar tonterías que recibían respuestas que se extendían innecesariamente. Las miradas iban y venían, las sonrisas no desaparecían, nuestro coqueteo era tímido. Y en uno de esos días anotó su celular en una excusa de presupuesto dando lugar al siguiente paso.

En un extremo del mostrador se encontraba una foto de Matías con sus padres, puesto para su recuerdo. Estaban parados frente al vivero en ocasión de celebrar la nueva ropa de trabajo. No llegó a entristecerme porque pude advertir que escogieron una foto familiar en la que Lautaro no estaba.

Adriana regresó con scons y me sirvió café. El vivero siempre estaba a clemencia del clima por lo que la cafetera se mantenía llena en invierno. En seguida apareció Enrique, mi suegro, alertado por su esposa. Igual como me pasó con ella me dio la sensación de verlo muy viejo.

—¡Ezequiel! —gritó.

Su abrazo también fue extenso.

—Yo pensaba que ya no ibas a aparecer —reclamó con humor—. Quería ir a verte y todos decían que no tenía que molestarte.

Él era muy frontal.

—Necesitaba despejarme —mentí.

—No lo molestes —intercedió Adriana—. Desayuna —me pidió preocupada porque quisiera irme—. ¿Cómo está todo en tu trabajo?

—Está igual que siempre.

Enrique me miraba ansioso por hablarme pero se contenía.

—¿Te estás arreglando bien con la casa? —siguió ella.

—Sí.

—Si necesitas ayuda yo puedo ir.

—No hace falta, no hay nada de que preocuparse.

Se mostró un poco decepcionada al oír eso.

—¿Ya te arreglaron el patio? —lanzó Enrique.

—Sí, un poco.

—No tuviste que haber pagado por eso, nosotros podíamos hacerlo. ¿De dónde sacaste el jardinero?

Su esposa le dio una palmada en el brazo en señal de advertencia.

—No quería molestar a nadie —me limité a decir bajando la mirada.

La conversación volvió a mi trabajo. La madre de Matías era más cuidadosa e intentaba hacerme sentir seguro, retenerme. A mí me costaba más de lo que pensé que me costaría. Me sentía avergonzado por haberlos evitado tanto tiempo, me era difícil sostenerles la mirada por lo que me concentraba en los scons que destrozaba y comía sin hambre.

—¿Quieres quedarte a almorzar?

—Gracias pero no puedo.

—Es sábado, ¿qué tienes que hacer?

La palmada en el brazo fue más fuerte.

—Ezequiel —se apuró en hablar Adriana para dejar atrás la pregunta de su esposo y que no tuviera que responderla— puedes venir cuando quieras, el tiempo que quieras. Si quieres pasar solo por un momento también está bien. —De nuevo se me formó un nudo en la garganta—. No vamos a dejar de ser familia —aseguró con la esperanza dibujada en su rostro.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now