1. Al amanecer

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  Los rayos del Sol inciden sobre mis ojos, obligándome a taparlos con la almohada. Las ventanas de atrás de la cama, causantes de que la luz entre, son movidas por el viento haciendo un estruendo cuando chocan entre ellas. Extiendo una mano para cerrarla, pero la detengo al escuchar otro ruido. Este no fue producido por las ventanas, vino de la sala de estar que se encuentra frente a mi cuarto.

  Dejo de presionar mis ojos con la almohada. Cuando se adaptan a la poca luz, se percatan que la habitación está llena de papeles rojos.

  Millones de sensaciones comienzan a recorrer en mi cuerpo, la confusión, la impotencia, un tin de miedo y ganas de matar a quién lo hizo.

  No es común ver esto cuando despiertas de un sueño para nada reparador ¿No?

  Bueno, en mi mundo, sí.

  No es la primera vez que aparecen cosas extrañas en mi cuarto y está ha sido una de las más inocente. Llevan apareciendo desde el 13 de junio pasado, el día de la desaparición de mi hermana. A partir de ese día todos se ha vuelto confuso.

  Los motivos que le impulsan no los tengo claro. Sus regalos son difíciles de deducir.

  Primera suposición: que es un juego para volverme más loca de lo que estoy.

  Segunda suposición: alguien quiere comunicarme anónimamente datos sobre mi hermana... Si esa es la causa se equivocó de forma, mi cabeza es un caos, un lugar donde no se puede razonar.

  No logro concentrarme, desconfío hasta de mi mente. Cada día estoy más hundida en este pozo de oscuridad, sin saber qué hacer, qué decir o cómo actuar; no sé ni quién soy, cómo van a pretender que encuentre a mi hermana. Existo en una vida de recuerdos extinguidos, de tener que escribir en hojas el presente, de dolores de cabeza perpetuos, de altibajos emocionales, de ataques de ansiedad constantes, de cuestionarme mi existencia y de no ser capaz de imaginarme un futuro que se pueda hacer realidad.

  Me siento en la cama tratando de evadir pensamiento que puedan llegar a ponerme nerviosa o alterarme. No debo permitir que me dé un ataque de ansiedad, mi salud mental tiene que permanecer lo más estable posible.

  La vida de mi hermana, por muy abrumador que sea, depende de mí.

  —Mantén la calma, Breena —me digo a mí misma—. Algún día descubrirás el motivo. Tú solo tienes que jugar el juego y descubrir al rival.

  Cierro los ojos y vuelvo a acostarme boca arriba para dedicar mis pensamientos a las medusas. Por extraño que suene eso consigue relajarme. Su metáfora de vida me parece impresionante. Ellas irradian luz por las noches cuando se sienten irritadas o para atraer a sus presas, creando un escenario digno de admirar. Brillan para matar. Brillan cuando están alteradas. Yo quisiera brillar como ellas.

  Metas: encontrar un fan de medusas para discutir temas. Me pasaría horas hablando de ellas.

  Después de calmarme me levanto de la cama para comenzar a recoger los papeles. Están pegados en las paredes, otros en la ventana, en el piso, puertas, cortinas y arriba de las sábanas.

  Mi cuarto es amplio, pero está prácticamente vacío, solo tiene una cama en el medio. En la pared de la derecha hay dos puertas, una da al baño y la otra al vestidor. En el otro extremo hay un ventanal, que cubre toda la pared, con cortinas bloqueadores de luz delante.

  Agarro uno de los papeles para ver su contenido, pero se escapa de mi intelecto, está en otro idioma y no tengo idea de cual sea. Me limito a echarlos en una bolsa de basura.

  Como no tengo teléfono me va a resultar imposible traducirlos. Mi madre me lo quitó para que estuviera incomunicada con el mundo exterior. No solo me privó del teléfono sino también de la libertad. Convirtió la casa en una prisión, pero con aspectos más indeseables: no tengo derecho a visitas (ni tan siquiera de familiares, aunque dudo que alguno deseara verme por voluntad propia) y me impide hacer o recibir llamadas.

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