4. Esos Lindos Pequeños Detalles

14 4 0
                                    

"Los voy a encontrar"
Al día siguiente, Armando despertó y notó que ya era tardísimo para ir a la escuela. Empezó a preocuparse de nuevo, que se hiciera costumbre era serio para él. Agarró su mochila y salió corriendo de su casa, vio cómo el camión se iba, empezó a gritar desesperadamente en busca de ayuda sin parar de correr, hasta que, de la nada, apareció medio kilómetro más lejos de donde estaba, tropezando así con una piedra, se asustó asustarse por no poder creerlo, giró su cabeza hacia la izquierda y observó que el autobús se acercaba a su dirección. Rápidamente alzó su brazo para que se parara, subió y tomó asiento a lado de una anciana, que lo vio con un rostro serio. Armando trató de a asimilar lo ocurrido, ¿cómo fue que lo hizo?, ¿podrá volverlo a hacer?, o ¿a qué se debió? Llegado a la secundaria, se acercó rápidamente a sus amigos y les explicó lo sucedido:
—¡Chicos, me acaba de pasar algo muy loco! ...—dijo Armando exaltado, comenzando a contar lo que previamente le había sucedido.
—Eso... explica lo que me pasó ayer —dijo David tratando de comprender.
—¿Qué te pasó ayer? —preguntó Armando asustado.
—Bueno, pues ayer se fundió el foco de mi cuarto, así que fui a la cocina y ahí había varios, tomé uno y me dirigí a mi cuarto, no alcanzaba el foco fundido y, como no estaba mi papá para ayudarme, fui por una silla, pero no entraba por la puerta, así que salté y salté hasta que lo alcancé, pero cuando me di cuenta estaba levitando, me asusté y empecé a volar como loco en mi cuarto pegándome muchas veces, hasta que me calmé y pude bajar, pero tuve que hacerlo de nuevo para cambiar el foco y ya.
Todos quedaron más confundidos de lo ya establecido.
—¡Ay, güey! —dijo Javier.
—Bros, esto empieza a asustarme —respondió Alejandro preocupado—. En otras circunstancias fácilmente creería que me están choreando, pero con todo lo que nos ha pasado, estoy empezando a creerles.
—No estamos inventando nada —contestó David.
—Creo que yo tengo superfuerza —dijo Javier—. Últimamente he podido cargar cantidades de peso que antes me hubieran resultado imposibles.
Álex se aterró de la idea sobre qué tipo de cambio podría haber tenido él en su cuerpo.
—¡Ay, no! ¡¿Y si le pasó algo malo a Eduardo?! —preguntó Alejandro.
—Dios... Esperemos que no —dijo Armando.
—Y con eso de que está chaparrito... quizá su cuerpo no pueda aguantar los malestares —sugirió preocupado Javier.
—Si nosotros estamos bien, está claro que él también lo estará. Vaya, puede que ahora pueda volverse grande cada que quiera —dijo David.
Inició la primera clase del día, correspondiente a la materia de Historia. La maestra Pacheco abarcó el tema del incidente de Ciudad Tesorera en 2004. Al iniciar la segunda clase, que era de Formación Cívica, Armando se percató que, por traer prisa en la mañana, olvidó hacer el horario. Pensó y pensó y se le ocurrió que tal vez... solo tal vez... podría intentar aparecer en su casa. Pidió permiso para ir al baño, una vez fuera del salón, salió corriendo al baño, se metió en el primer escusado y se concentró. Solo pensaba en su cuarto, en el cuaderno, en la tarea. Le llevó un par de minutos fijar su meta. Cerró sus ojos y varios segundos después escuchó un ruido, cuando abrió los ojos, ya estaba en su cuarto. Estaba tan emocionado y aterrado a la vez, soltó una risa de nervios. No había tiempo que perder, tomó los cuadernos que requería y abrió la puerta para dirigirse a la sala y salir de su casa, pero a punto de salir, vio que su mamá limpiaba la mesa, enseguida cerró la puerta azotándola, su mamá dio un salto del susto, volteó en todas direcciones para buscar el origen de tal golpe. Primero observó la cocina, luego su cuarto, después vio que el cuarto de Armando estaba cerrado. "¿Hay alguien adentro?" preguntó la mamá de Armando, pero no obtuvo respuesta. Al inicio pensó que el viento de la ventana pudo haber provocado que la puerta se moviera, pero después de ver cómo alguien abría la puerta lentamente, ella lo que soltó el trapo y preguntó: "¿Quién está ahí?". Armando no supo qué hacer, volteó a todos lados buscando una solución. "Ya valí, ya valí" repitió varias veces. Trató de esconderse debajo de la cama, pero había muchas cajas, zapatos y muñecos, ahí no iba a caber. Miró hacia la ventana, la abrió e intentó salir por ella, pero desde su ventana al suelo había veinte metros de altura de distancia. Cuando su mamá estuvo a punto de abrir la puerta, rápidamente pensó en la escuela y desapareció inmediatamente de su casa. Su mamá, al ver que no había nadie, se asustó mucho, se persignó, tomó una bolsa de mercado y salió de casa.
Un niño del 2°F pidió permiso para ir al baño, el profesor Cabrera lo dejó ir con la condición de no tardarse. El chico salió corriendo hacia el baño y se metió en el primer escusado disponible. Realizó sus necesidades con expresiones de alivio, hasta que fue interrumpido por Armando, que apareció en ese mismo inodoro, golpeando accidentalmente al chico con su cabeza y dejándolo inconsciente. Armando salió deprisa del baño, el conserje no le dio importancia al verlo salir con tres cuadernos y un libro.
Horas después tocó taller. Eduardo por fin llegó a la escuela, ahora acompañado de unos lentes con graduación para poder ver bien y un justificante para concluir el resto de sus clases junto a Jacinto y Adán, sus otros amigos. Los tres fueron rumbo al salón del taller de Electricidad, soportando las burlas de los alumnos de tercer grado debido a su altura. Dentro del aula, Jacinto quiso consolarlo.
—Déjalos, Eddy, no tienen nada mejor que hacer —dijo Jacinto con una mano sobre el hombro de su amigo.
—Siempre es lo mismo... Por suerte, ya sólo tenemos que aguantar esto otras diez veces y ya.
—No estés triste. Ya verás que en tercer grado nadie nos va a decir nada.
—A menos que los de segundo también se burlen de nosotros —dijo Adán.
—No estás ayudando, Adán ––contestó Jacinto.
Cuando el maestro estuvo a punto de cerrar la puerta, Kassandra Rivera alcanzó a llegar en el último segundo. Eduardo volteó y sonrió al verla, Jacinto miró a Eduardo con picardía, este le devolvió una mirada confundida.
—¿Qué? —preguntó Eduardo.
—¿Hoy sí le vas a hablar, o qué?
—Ya vas a empezar...
—No seas cobarde y háblale.
—¿Y qué se supone que le diga? No creo ser tan interesante.
—Eres interesante, pero has perdido mucho tiempo.
—¿Y qué le digo?
—Ay, no sé, güey. Enséñale tus nuevos lentes, pero hazlo ya o te darán baje.
—Bien —tomó un ligero suspiro—, tengo dos horas y media para hablarle. ¡Ten por seguro que hoy sí lo haré!

Dos horas y veintiséis minutos después.
—¡Me da pena! —dijo resignado Eduardo.
—¡Cámara! Te complicas bien gacho. No sé qué te da tanto miedo.
—¡Ey! No es que me de miedo, es solo que...
—¡Hola, niños! —dijo Kassandra detrás de ellos.
—¡Ay! Eh... ¡Hola, Kassandra!, ¿cómo estás? —dijo Eduardo, nervioso a más no poder.
—Súper, ¿y tú, Eduardo?
—Bien, todo tranqui’, ya sabes —contestó fingiendo seguridad.
Jacinto se sintió apenado de esa respuesta.
—Me alegro mucho. Oigan, ¿tendrán cinco pesos que me presten? —preguntó Kassandra.
Eduardo revisó los bolsillos de su pantalón, pero solo sintió un pedazo de papel y un clip.
—Hum… nop, solo tengo para mi pasaje ––dijo Eduardo apenado—. Tenía más, pero… —recordó el dinero que Víctor le debía—… se cayó. Si no, sí te daba.
—Oh, no te preocupes, ya me podrás dar otro día —respondió Kassandra con una ligera risa.
El asombro de Jacinto ante la respuesta de Kassandra no se hizo esperar, se percató que su amigo no reaccionó extraño ante ese comentario, por lo que intentó salvar la situación.
––Un momento… ten, Lalo, de lo que te debía de la otra vez, justamente cinco pesos.
Eduardo, confundido, recibió el dinero y se lo brindó a Kassandra.
—¡Ay, gracias!, qué lindo, y lindos lentes, por cierto —le dijo Kassandra.
—Gr-Gracias… y de nada —contestó Eduardo inexpresivo.
Kassandra se alejó y de Eduardo emergió una sonrisa lentamente.
—Quién te viera, pinche Eduardo —dijo orgulloso Jacinto.
—No me acuerdo haberte prestado dinero, Jacinto —dijo Eduardo.
—Lo sé, ¿pero ibas a permitir que otro le diera los cinco pesos?
—Pues… supongo que no. Gracias.
—De nada. Solo deja de perder tiempo.
Eduardo se puso más feliz cuando acabaron las clases. Subió al autobús con Armando, quien se percató rápido de la emoción de su amigo.
—¡Eduardo!, a qué hora viniste? —preguntó sorprendido Armando.
—Hola, Armando, vine después del receso… y no me arrepiento.
—Oye… ¿y esos lentes?, ¡¿te pasó algo?!
—¡Sí! Ayer por la noche estaba acostado hasta que escuché una voz que decía algo como que iba a buscarme o algo así, y en cuanto desperté no podía ver nada. Mi mamá me llevó temprano a una óptica en el centro y me pusieron estos lentes, gracias a Dios ya veo bien, pero todavía no me acostumbro, veo el suelo muy inflado.
—Espera, ¿una voz te dijo que “te encontraría”?
—Eh… s-sí, ¿por qué? —preguntó confundido Eduardo.
—Es que… escuché lo mismo anoche.
—Mientes.
—Me temo que no.
Armando le contó de su poder a Eduardo, claramente no le creyó nada. Armando persistió y Eduardo, incrédulo, no quiso seguirle la corriente.
—¿Qué?, ¿acaso ya descubriste tu superpoder?, ¡porque el mío claramente es la teletransportación!
—No, y ya deja de molestar con tu historia mal inventada.
—Esto es serio, Lalo, no puedo creer que esté pasando, es… ¡es increíble! Y te lo mostraría, pero no quiero alertar a toda esta gente.
—Sí, si, si, si… pero ahora, cambiando a un tema que sí es real: Kassandra me dijo que soy lind…
—¡Enhorabuena por ti, pero esto NO es un juego! —dijo apresurado Armando.
El rostro de felicidad de Eduardo se tornó en uno de seriedad.
—¿En serio?
—Sí, Lalo… Los primeros días tuve muchos cambios, en especial en la comida…
—… ¿Ya no te gustan los camarones?
—Creo que me siguen gustando, pero respecto a la carne de res, al probarla… me genera asco.
—Entonces… puedes teletransportarte… ¿se siente genial?
—¡Sí!, es fantástico. Prácticamente puedo ir a cualquier lugar que desee, claro, con un poco de práctica, ¡a lo mejor puedo llegar a Japón!
—¿Y has sentido otros efectos secundarios además del disgusto?
—¡No! —contestó entusiasmado—… por ahora —agregó con seriedad.
—Entonces hoy sí que fue un buen día, ¿no, amigo? —contestó Eduardo— ¡Hoy me siento feliz!

Los Súper CósmicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora