Los cursos eran gratuitos y designados por la secretaría de cultura del municipio, yo solo velaba por las instalaciones y centralizaba consultas. Por lo que recibí una avalancha de quejas de pequeñeces que se acumularon con el tiempo. Las puertas, los horarios, las mesas, las luces, la cartelería, las pizarras, mi completa ausencia en los días sábados. En tiempos más entusiastas, había hecho varias propuestas para nuevos cursos, un par se aprobaron y aún se mantenían de forma regular, así que también recibí sugerencias de todo tipo ante la esperanza de que las pudiera proponer y llevarlas adelante. Creían que tenía el ánimo para hacer eso, para ellos dos años eran más que suficiente.

Era agotador y abrumador, tanto que no podía creer que solía hacer toda esa interacción de forma diaria en el pasado.

Un día junté coraje y me senté en la cafetería cuando comenzó a sonar el piano, a observar a la gente y confirmar que la música no era un fracaso. A pensar que no me mataría seguir con algunos planes originales, como organizar sesiones temáticas para los fines de semana.

—Estás fuera de tu oficina.

Ni siquiera levanté la cabeza y Vicente se sentó en mi mesa. La hora de su aparición tenía una evidente finalidad.

—Estoy pensando qué más hacer con tu piano.

Volteó a ver hacia el extremo donde se acomodaba el instrumento. Un hombre interpretaba una pieza de Gershwin. Enseguida una mesera apareció para prestarle servicio pero no quiso nada. Ignoró el piano y se concentró en mí.

—¿Estás usando ropa nueva?

Lo odié.

—¿Por qué lo notaste?

Empezó a reír evitando responder.

—Salgamos a tomar.

—Imaginé que venías por eso.

—¿Te molesto? ¿Acaso tienes algo que hacer?

Si Francisco no estuviera con sus padres, me estaría importunado enormemente.

—No, no tengo nada que hacer.

***

Fuimos a un bar cercano, de esos que se dedicaban a la cerveza artesanal, popular entre la gente que vacacionaba en la zona. La ciudad no tenía mucho para ofrecer, los campings eran los lugares más apreciados por los visitantes pero en los últimos años la falta de nieve les quitó el encanto de tener una vista de cerros nevados. Quedaba conformarse con un lugar tranquilo y relativamente seguro. Vicente estuvo silencioso por un rato y al notar mi expresión de sospecha se decidió a hablar.

—Tu mamá me llamó por tu cumpleaños.

En ese instante mi humor cayó por un precipicio. Desvié la mirada y bebí molesto.

—Te pedí —dije afectado— que no atendieras sus llamadas.

Asintió con seriedad.

—No quiero saber nada de lo que hablaron.

Dejé el vaso y cuando tomé mi abrigo Vicente se arrojó sobre la mesa agarrando mi ropa para retenerme.

—No hablé nada con ella.

Me quedé sentado, mirándolo traicionado.

—No vuelvas a atender sus llamadas —exigí.

—Está bien. Solamente...

Nuevamente intenté irme y volvió a detenerme

—Está bien, está bien. Prometo que no voy a hacerlo.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now