Capítulo treinta y tres.

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Me levanté recogiendo mis cosas y observé como Thomas me esperaba apoyado de la puerta, fui hacia él, deposité un corto beso en sus labios y cuando teníamos la intención de salir la voz de David nos detuvo.

-Esperen un momento- estaba sonriendo.

Nuestro silencio le indicó que podía continuar.

-Quería pedirles algo- pasó su mano por su cabeza calva -El sábado llegarán los nuevos pacientes y me encantaría que ustedes pudieran hablar un poco en la presentación-

-¿Hablar de qué?- pregunté.

-De ustedes. Esto de conocerse les ha servido- nos dejó así.

Thomas no le tomó mucha importancia, simplemente me tomó de la mano diciendo "tengo que mostrarte algo" y caminó con paso rápido hasta la entrada del centro de rehabilitación.

"EL DESTINO ME GUIÓ HASTA TI"

Estaba escrito en el estacionamiento, en todo el medio, con el mismo color de pintura que encontramos en el teatro.

-¿Qué se supone que sea esto?- me reí al ver sus muecas.

-Las locuras que uno hace por amor- me tomó en brazos y comenzó a dar vueltas de un lado a otro.

Cuando terminó con su recorrido me depositó en el suelo, con una delicadeza algo extrema al dejar mi cabeza sobre la superficie plana.

-No te muevas- dijo mientras corría en busca de algo.

Llegó con el balde de pintura y una brocha pequeña.

-¿Qué estás haciendo?- toqué su rostro.

No obtuve más respuesta que la brocha trazando la silueta de mi cuerpo. Lo hacía con tanta delicadeza que dudaba que en verdad estuviera dibujando algo.

-Está todo terminado- me ayudó a levantarme.

Estábamos ahí; en todo el medio de la frase, con mi silueta siendo la tilde de una letra, y tal vez de su vida entera.

-El destino suele tomar muy buenas decisiones- comentó.

Y estaba en lo cierto.

Perdida entre sus brazos logré escuchar el motor de una moto que se iba apagando. Lo sabía, era él, la manera en la que una corriente poseía mi cuerpo me lo advertía. Se bajó estrellando la botella en el suelo y dejando caer su casco a un lado, subió sus pantalones un tanto caídos y limpió de su camisa ese pequeño rastro de alcohol que había caído. Mi padre, asqueroso. Mi padre, furioso. Mi padre, caminando con determinación hacia mí.

Thomas trató de interponerse entre sus pasos y mi cuerpo, pero yo se lo impedí. Era hora de acabar con este sufrimiento y esta vez lo tendría que hacer yo.

-No sabía que tenías novio- la risa de mi padre era espeluznante.

La mandíbula de Thomas se tensó.

-Él es Thomas. Thomas, él es mi papá- los presenté con la amargura presente en mi voz.

-¡No vuelvas a llamarme papá, mocosa!- rodó los ojos.

-Dwerk, se llama Dwerk- corregí.

Un silencio llenó el estacionamiento, decidí romperlo.

-¿Qué haces aquí?-

-Sólo quería arruinarte la vida. Pero ya veo que de eso te has encargado tú; naciendo- se reía como si hubiera contado el mejor chiste del mundo.

-No fue mi culpa, tú me engendraste- traté de parecer calmada y de normalizar mi respiración.

-¿Sabes?- comenzó a reírse más fuerte -Tú no eres mi hija, tu madre se acostó con uno de mis amigos, ¿No lo sabías?-

Su risa, su risa era como la porquería pura.

-¡Yo la amaba!- gritó -No sabes cuánto la amaba y ella hizo eso. Y tú eres un recuerdo constante de cómo ella nunca me amó- seguía gritando.

Ella...ella nunca pudo hacer eso. Mi madre no era así; ella me llevaba la comida al cuarto, ella siempre me decía que el amor era algo bello, ella quería hijos. Ella...sólo ella. Ella no era él y ella era buena.

-¿Cómo puedes hablar así de ella?- no noté cuándo las lágrimas comenzaron a resbalar por mi rostro hasta que los brazos de Thomas me comenzaron a sostener.

-¡Yo no podía tener hijos, y ella dijo que me apoyaría! Pero no lo hizo- dijo ahora mucho más bajo.

-Vete- susurré.

-¿Te duele verdad?- gritó histérico -A mí también- lo susurró ésta vez tomando su casco y subiendo a su moto.

-Cath...- escuché la voz de Thomas desvanecerse.

*

Él estaba sentado en la silla de al frente leyendo un libro.

-Thomas- lo llamé.

-Todo está bien- su mirada estaba blanda.

-Ella no pudo hacer eso- escondí mi rostro entre las manos.

-Los humanos cometemos errores, siempre- se acercó.

-Quisiera que estuviera aquí por un instante, ella me daría más explicaciones-

-Lo siento- me abrazó.

-Yo también lo siento-

Al fondo no lo sentía, al final, no era su hija. Por mi sangre no corrían genes de un alcohólico descontrolado que lastimó a las personas que más quería por un amor poco correspondido. Corría sangre de alguien que logró sentirse viva a pesar de estar rota. Sí, ¡Estaba bien! Y estaba viva.

Adicción || EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora