Capítulo dieciocho.

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 -Es algo rara- dijo como si recordar le asqueara.

-¿Qué tan malo puede ser?- la otra voz se escuchaba algo indiferente.

-Dicen que era la compañera de una tal Mia, guardaban alcohol entre sus cosas-

Desde el otro lado de la puerta sus murmullos causaban gracia.

Megan era una chica ingenua, no entendía la causa de su paradero aquí. Parecía una de esas chicas a las que frecuentemente encontrarías en un instituto sólo para mujeres y no en un centro de rehabilitación, su ropa era algo más rosa en comparación con la que usaban la mayoría de las mujeres en éste lugar, su cabello un poco más arreglado en general y el orden en su parte de la habitación era algo respetable. Sin permiso entré a la habitación mientras una sonrisa traviesa se me escapaba de los labios.

-Buenos días, Megan- sonreí lo más amplio que logré.

Su cara se tornó un poco más pálida de lo común y, de la manera en que pudo, me devolvió la sonrisa.

-Hola, Catherine. Ella es Danielle-

La chica a su lado me extendió una mano. Era unos seis centímetros más alta que Megan, de sus caderas sobresalía un poco más de carne, su cabello era unos tres tonos más claros que el de su amiga y su piel blanca hacía resaltar sus ojos avellanas.

-Un gusto conocerte, Danielle- pero mi mano nunca tocó la de ella.

Con una leve mueca Danielle retrocedió.

-Pensé que ibas a la cafetería- la voz de Megan parecía nerviosa.

-Sólo pasaba a buscar mi ropa. No voy a servir a los pacientes vestida como para ir a una sesión-

De sus bocas no salió ningún sonido. Ellas estaban seguras de que las había escuchado y yo me estaba muriendo de la risa en mi interior sólo con ver cómo me temían. Tomé la bata negra junto con la red y me encaminé hacia la puerta, abrí y cerré de ella no sin antes decirles con una voz más ronca de lo normal "No teman, pequeñas muñecas de porcelana"

Los pasillos ya lograban apoderarse de mí cada vez que caminaba, puede que ya no me recordaban tanto a mi hogar. Con el tiempo me di cuenta que las cosas dejan de producir malos recuerdos cuando creas mejores sobre ellas. Caminar por los pasillos del centro era algo relajante, los pasos podían ser lentos, la amplitud hacía que el aire se respirara mucho más fácil, ver las puertas te aportaba diversidad, los árboles y áreas verdes de los alrededores te llevaban a una conversación interna; caminar por los pasillos del FS era una clase de escape.

Sumergida entre pensamientos no me percaté del golpe que había recibido de frete, había impactado sobre algo, levanté la vista algo aturdida por el golpe y me encontré con unos ojos cafés; Edward. Su mirada carecía de emociones y su cuerpo se tensaba un poco más cada segundo.

-Cath- me regaló una sonrisa de lado.

Tragué saliva fuertemente y traté de mostrarme firme. Verlo sólo me hacía recordar cómo Molly llegó ese día sumamente desesperada a la cafetería, cómo en sus ojos sólo había dolor, en cómo parecía estar a punto de desmoronarse y en cómo el amor sólo conlleva al desamor.

-¿Cómo eres capaz?- salió en un hilo de voz.

-Deja de tratar de solucionar las cosas para todos, Catherine. Un día eres la maldad en toda su esencia y el otro sólo buscas la paz mundial, escoge quién eres en realidad, no puedes andar por el mundo siendo dos personas diferentes. Ser así sólo te lleva a no ver la realidad, el amor se basa en el engaño, ya no somos adolescentes ingenuos en busca de un amor perfecto-

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