—¿Tu esposa sabe?

—Lo va a saber cuando pregunte qué te regalé.

Guardé el papel sin leerlo, un viaje no tenía utilidad para mí pero no podía criticarle el regalo o venganza.

También recibió pastel a modo de atención.

Una tarde normal más allá de mi cumpleaños que no me interesaba celebrar hasta que en la puerta de mi oficina apareció, de manera inesperada, Lautaro. Vicente se alegró de verlo y fue quien se ocupó de hacerlo pasar.

—Pasé para saludarte porque no sé a qué hora regresas a tu casa —se disculpó conmigo.

Me dio una bolsa de papel con el nombre de una tienda de ropa y sin darme tiempo, como queriendo tomarme desprevenido, me abrazó.

—No te gustará cumplir años pero a mí me pone feliz.

Reaccioné tarde y no llegué a devolverle el abrazo, lamenté parecer ingrato con él.

—Quédate con nosotros —pedí.

Ocupó otra de las sillas contento por ser recibido. También me sentí mal por eso, que fuera a verme pensando que lo despacharía... Y aun así me visitaba. Vicente miró su reloj.

—¿Y si salimos a tomar algo? —propuso.

—No quiero celebrar nada.

—No seas malagradecido —me reclamó.

—No seas malagradecido —repitió Lautaro con esperanza, buscando sumar presión.

Vicente volteó hacia él.

—Le gusta hacerse rogar —se burló.

—Está bien, salgamos.

Dejé mi oficina con ellos, apenas eran las seis de la tarde pero ya oscurecía.

—Podemos comprar bebidas e ir al mirador —sugirió Lautaro entusiasmado dentro del auto de Vicente.

—¿Estás loco? ¿Con este frío? —negó él—. Lo que es ser joven.

Todavía me sentía mal por no haber devuelto el abrazo y su entusiasmo lo empeoraba. Volteé hacia él.

—¿Podemos ir a tu casa?

—¿Quieres conocer mi casa?

Vicente se sorprendió.

—¿Ya no vives con tus padres?

—Vivo solo.

Pasamos por un supermercado donde Lautaro y yo nos ocupamos de comprar bebidas y snacks. Lo observé apenado, cuando se trataba de mí se conformaba con muy poco.

El departamento era pequeño, viejo y helado, Lautaro prendió la calefacción y de a poco cambió el ambiente. Tampoco tenía muchas cosas, o no le alcanzaba o no quería gastar deseando poder mudarse cuando tuviera su título.

—No compramos pastel.

—Hagamos de cuenta que es una reunión y no una celebración.

—Cuando tengas mi edad te vas a arrepentir de no festejar por tus 34 años.

—Somos tres generaciones —señaló Lautaro divertido—. 25, 34 y... ¿Cuarenta y algo?

—43 —completó sin ánimo.

Vicente repasó el lugar con los ojos mientras nosotros nos ocupábamos de acomodar todo en la mesa.

—¿Tienes novia? —preguntó de repente.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now