━ 𝐋𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈: Mal de amores

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Todo se estaba escapando de su control, y lo odiaba.

Detestaba sentirse así.

No fue hasta un minuto después que restableció el contacto visual con el cristiano, que la escudriñaba en silencio. Esa era la primera vez que se mostraba así ante él: tan abatida, tan vulnerable. Y a una parte de ella no le agradaba lo más mínimo que la viera en ese estado, pero a esas alturas de la noche estaba harta de fingir. Simplemente ya no podía más.

—¿Qué? ¿Tanto te sorprende que tenga sentimientos? —Contra todo pronóstico, Drasil carcajeó. Y es que el esclavo la observaba de una manera un tanto peculiar—. Supongo que esto echa por tierra tu teoría de que sea una salvaje despiadada y carente de escrúpulos —añadió en un improvisado tono jocoso—. ¿Lo ves, soldadito? No somos tan diferentes después de todo.

El aludido no dijo nada al respecto, como ya venía siendo habitual en él. Lo que sí hizo fue apartar la mirada, fijándola en los tablones de madera del suelo. La escudera tan solo sonrió en tanto negaba con la cabeza. Era muy orgulloso, demasiado. Aunque ella también lo era, así que no podía recriminarle nada.

Fue entonces cuando unos golpecitos llenaron el aire.

Alguien estaba llamando a la puerta.

Drasil intercambió una significativa mirada con el sajón. En lugar de dejar que fuera este quien abriese, lo hizo ella misma: se encaminó hacia la entrada, agarró el picaporte con firmeza y, sin más dilación, tiró de él para descubrir quién se hallaba al otro lado del umbral. Tenía claro que no era su progenitora, dado que esta habría entrado directamente sin necesidad de llamar. Y no se equivocaba.

No era Kaia quien aguardaba tras la puerta.

Sino Ubbe.

Sus pulmones parecieron encoger de tamaño cuando los iris celestes de su prometido se posaron en ella. Lucía serio, pero también desasosegado. Y lo demostró cuando acortó la distancia que los separaba y llevó una mano a su mejilla, ansioso por saber si se encontraba bien.

Los músculos de la hija de La Imbatible se contrajeron ante aquel repentino acercamiento, lo que la llevó a apartarse de él, repeliendo su mero contacto. Ubbe la miró con desconcierto, pero entendió que necesitaba su espacio.

—Björn me ha contado lo que ha sucedido con Margrethe —articuló el primogénito de Ragnar y Aslaug luego de unos instantes más de fluctuación. Drasil se cogió los codos y rehuyó su mirada, ceñuda. Tenía tantas cosas en la cabeza que ni siquiera se preguntó cómo era que Piel de Hierro se había enterado—. ¿Puedo pasar? —inquirió, agachándose levemente para que así sus ojos volvieran a encontrarse.

Todo cuanto pudo hacer la skjaldmö fue asentir. Se apartó del umbral para permitirle el paso y focalizó toda su atención en el thrall, que no se había movido de su sitio. Este la observaba con una mueca indescifrable contrayendo su atractiva fisonomía. Estaba convencida de que ya debía de haber empezado a atar cabos y a sacar alguna que otra conclusión sobre lo que había sucedido en el Gran Salón. Puede que fuera callado y circunspecto, que la mayoría de las veces pareciera estar en su mundo, pero no se le escapaba nada.

Ubbe también miró al inglés, aunque con algo más de urgencia. Estaba deseando que se marchara y los dejase a solas para poder hablar más tranquilamente con su futura esposa, puesto que era un tema demasiado privado. Aparte de que aquel hombre seguía sin inspirarle confianza.

—Puedes retirarte —pronunció Drasil, rompiendo el aciago silencio que se había instaurado en la sala. Continuaba de pie junto a la puerta, que seguía entreabierta—. Ve a descansar. A... dormir. —Hizo un gesto con las manos, juntándolas a un costado de su cabeza para que le resultara más sencillo entender a lo que se refería.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now