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CERELLE | 3
CERELLE SE REMOVIÓ INQUIETA en el amplio colchón relleno de plumas. Un aullido resonó en cada pequeña parte de su habitación con un eco que le resultó ensordecedor. Tomó una almohada y la colocó sobre su rostro y oídos esperando que aquel desgarrador sonido desapareciera. Pero no lo hacía.
El lobo del pequeño Bran aullaba en algún lugar del gran castillo de Invernalia. El sonido ondeaba en el Norte como una bandera de luto. Y en todas las noches que habían estado esperando que el chiquillo despertara o muriera, no pudo pegar los ojos ni un momento.
Ese día, como todos los anteriores, no llegó nadie a despertarla, ni le llevaron una palangana con agua caliente, ni la ayudaron a bañarse y ni le alistaron la ropa. Nada. Desde que Ellen se había casado con su hermano Loren ya no gozaba de los servicios de su doncella, pero aún seguían siendo cercanas.
Se vistió con una sencilla túnica color dorado y dejó su cabello sin peinar cayéndole sin cuidado por la espalda. Se miró al espejo y el reflejo que le proyectó este solo la hizo querer echarse a llorar. Sus ojos estaban hinchados y rojos, su nariz rosada, los labios resecos y despellejados, y el color de su rostro se había ido dejándole una tez marchita, de un tono como la leche cortada.
En su camino hacia los aposentos de Cersei se topó con Tyrion y se dirigieron juntos a tomar el desayuno con su familia. Tomaban siempre el desayuno en la habitación de la reina, algunas veces hasta las cenas, ya que a sus hermanos no les gustaba lo que servían en la sala matutina de la Casa de Invitados, consideraban que era frío y triste.
