Capítulo 1. El príncipe idiota.

11 3 0
                                    

En un lugar de la Tebaida cuyo nombre ya os diré, no ha mucho tiempo que vivía un príncipe elfo de los de arco labrado, melena ondeante y caballo azabache. Heredero al trono de los elfos de las montañas, era de nombre Argén por su melena plateada, que ondeaba al viento como un anuncio de champú. A punto de cumplir la mayoría de edad, bien parecido y bien formado, había recibido una esmerada educación y se comentaba que en él se cumpliría una profecía; así que el muchacho se tenía a sí mismo en muy alta estima y siempre sonreía como en un anuncio de dentífrico. Al príncipe Argén le encantaba leer libros de caballería, y escuchar a los bardos las historias que circulaban de la vieja reina escondida, Sophonisba. Despreciaba la política y la economía, y se deleitaba con la senda del caballero, deshaciendo entuertos y evitando el mal. Se sentía predestinado a unir a las familias élficas, separadas desde hace tanto, y ser el rey de todos ellos.

-̶ Ya es mayor-̶ decía su padre ̶ ya debería dejarse de tonterías y centrarse, yo a su edad...

̶ Eran otros tiempos ̶ contestaba su madre ̶ Ya madurará, no seas tan duro con él.

Sus padres formaban un buen equipo: coraje y prudencia, corazón y cabeza, aunque el amor romántico no formó parte de la ecuación, al menos al principio, como corresponde a un matrimonio convenido. Sí un sentido de hacer lo que hay que hacer, de evitar conflictos y de rodearse de gente preparada y sabia. Así el reino de la montaña, pequeño y oculto, prosperaba. Autosuficiente, sin apenas comercio, ya nadie recordaba dónde estaba el reino de la montaña. Y así debía seguir. No tenían ningún tesoro que guardar, sí un modo de vida tranquilo y ordenado que permitía a todos vivir sin hambre ni frío, con tiempo para sus aficiones siempre que éstas no implicaran salir y mezclarse con otras familias élficas o peor aún, con humanos.

La Tebaida era un hermoso valle pintoresco, agreste y lleno de fuertes pendientes y profundos valles, con cuevas donde tiempo atrás los monjes ermitaños se retiraban a meditar. Abedules, robles y encinas dejaban paso a castaños, chopos, viñas e higueras, entre arroyos donde bebían los lobos vigilados por el águila real o el halcón peregrino. Los corzos, jabalíes y liebres hacían de la zona un sitio donde no pasarías hambre con un buen arco, deporte y sustento de muchos de los elfos. Éstos no se dejaban ver, y los humanos los habían olvidado, salvo en los cuentos de niños y borrachos.

Los humanos conocían a los elfos del páramo, habilidosos en lo referente al manejo de bestias de carga y pastoreo, y a los elfos viajeros que cantaban y bailaban, y contaban historias de tiempos antiguos. Los elfos eran seres hermosos y delgados, rubios, castaños y morenos, con rasgos andróginos y agradables. Pero ninguno tenía las orejas regias y plumosas, como los linces, que tenían los elfos de la montaña. Esas orejas eran parte de las canciones para casi todo el mundo, y las más regias y más plumosas eran las de la familia real. Las orejas de Argén, con su mechón negro y recto, como un pincel, eran perfectas, como era de esperar, a juego con sus pestañas y sus cejas.

Y el príncipe seguía jugando, luchando contra enemigos invisibles en el patio, ajeno a las miradas de sus padres desde el balcón. Era amable y cariñoso, amante de los animales y guapo, muy guapo a ojos de las chicas de palacio. Pero un poco idiota sí que era. No idiota en el sentido de corto de entendimiento, sino algo engreído, acostumbrado a ser el heredero y a que no se le llevara la contraria. Sabía que sería el rey cuando sus padres murieran y se creía ya preparado para cuando eso sucediera. Total, ya eran viejos, pensaba, más de treinta ya habían cumplido. Sus mejores amigos eran los libros, y no se le conocía un amor a quien arrimarse.

-̶ Ya es mayor-̶ repetía su padre ̶ ya estará de camino el hombre del circo para darle su regalo. El hombre del circo... No me gusta que un humano nos conozca, sepa dónde encontrarnos, no creo que sea seguro. Mira que respeto las tradiciones, pero esto es algo que alegremente eliminaría.

El príncipe idiotaWhere stories live. Discover now