Prólogo

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«Las tres de la mañana es la peor hora. Entra el sueño y todavía queda tanta noche... Si te atiborras de porquerías entra más sueño, y si no comes el hambre no te deja en paz».

Mientras pensaba eso, se rascaba la cabeza y bostezaba. El "pschhh" de la lata de Pepsi al abrirse resonó en el silencio mientras echaba un vistazo a las pantallas del cuarto de seguridad y se hacía una coleta con la goma que tenía en la muñeca.

«No creo que despierte a ninguno con el ruido» pensó, y rio entre dientes. Estaba contenta, era un trabajo bien pagado, y le permitía estudiar. La carrera de estadística estaba resultando más aburrida de lo que pensaba, pero la posibilidad de estudiarla casi toda desde casa fue lo que le hizo decidir. Se había matriculado de primero y alguna de segundo, cuanto antes empezara a ganar dinero mejor, y dejaría por fin todos los trabajos basura que llevaba haciendo tantos años.

«Es lo que tiene no tener familia. Hay que emprender». Prefería estar feliz por haber sobrevivido a tanto, siendo un bebé, que lamentarse por los que no recordaba.

«Qué suerte ser vigilante aquí. Todos en coma, rodeados de máquinas y sólo hace falta dar varios paseos y quedarse en la salita de las cámaras. La gente se agobia enseguida, que si los negacionistas van a poner una bomba, que si nos han amenazado... qué les importará a esos radicales que haya gente mantenida con vida por máquinas, esperando a que la ciencia avance. Pero gracias a ellos tengo yo el trabajo, hay que buscar el lado positivo siempre» pensó.

«Casi parece que fui yo quien le hizo el favor a Mencía, quién iba a decir que acabaríamos siendo amigas de coincidir en los exámenes». Ensimismada en lo que sería tener chofer, en lo bien que hizo sacándose la certificación académica de vigilante de seguridad, y buscando la manzana en el fondo de la mochila, no vio las siluetas que corrían sigilosas por una de las pantallas.

Un ruido la puso alerta, y agarró el walkie. Se levantó y se dirigió a la sala principal, media hora antes de lo previsto. Todo en silencio. En la amplia habitación circular una veintena de cabinas de animación suspendida, tan blancas, parecía que alien el octavo pasajero saldría de detrás, pensó, y volvió su risa entre dientes "he, he, he...". ¿Pensarán en algo? ¿Se aburrirán? ¿Soñarán? ¿Y esa luz roja que parpadea?

La explosión la dejó atontada, sin aliento y con un enorme pitido en los oídos que no la dejaba pensar, no podía respirar, no podía moverse. Todo sucedía en cámara lenta. Había volado hasta la pared y había caído en un ángulo imposible, si sólo pudiera mirarse las piernas...

Un fuerte olor a cable quemado, el aire que no entraba en los pulmones... «¿Tendré todavía el walkie?» Una plancha de la pared, ahora ennegrecida crujió, aunque ella no lo oyó, y se desprendió sobre ella. Todo se volvió oscuro mientras la abandonaba la consciencia «¿Reconoceré a mis padres?» pensó, y la negrura la envolvió.

El príncipe idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora