Capítulo 19º.

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Bea abrió la boca, estaba en su habitación, el lugar de partida, la escena del crimen en donde cuya víctima de aquella abominable maldición dormitaba en la cama adosada y decorada lujosamente.

Pudo deducir que ya había amanecido ya que las cortinas estaban cerradas herméticamente.

Encontró a su hermano inconsciente, mojado hasta los tobillos de sudor, temblando hasta las entrañas, arropado entre sábanas. Abrazaba lo que parecía un bulto, una almohada amorfa.

Luego de vislumbrar una jarra de agua con un vaso vacío en la mesita de noche, supuso que Mary había pasado para comprobar que el pequeño estaba estable.

¿Dónde quedó el joven que balbuceaba en sueños y exigía leer al menos 2 cuentos por noche?

Aquella escena le arrugaba el corazón, Frederick siempre fue un niño sonriente, alguien que se esforzaba hoy y mañana también para vivir cada día al máximo. El era un crío, un polluelo con toda una vida por delante, o como se llamaba a sí mismo, un tonto con una hermana muy lista.

Nunca hizo nada malo, envidiaba la libertad de las moscas, intentaba entender la ausencia de mamá y papá, aceptaba la disconformidad de los sirvientes, se centró en enseñarle a su hermana las ventajas de este mundo y prepararla para el futuro en el que no podrá seguir pisando la misma realidad.

Solo era un niño de 8 años.

¿Qué hizo para merecer tanto sufrimiento?

Aún se podían apreciar algunas gotas de sangre decorando el suelo calizo. Estaba frustrada y con la mente churruscada, no porque la soberana del bosque la haya echado sin su consentimiento, ni porque la cortó en el mismo instante en el que quería protestar.

Sino porque era necesario más tiempo para volver a ver a su hermano sonreír.

Dió un fuerte pisotón.

¡En qué estaba pensando esa maldita hada!

Giró la cabeza hacia otro lado, no podía seguir contemplando aquella escena sin que su alma quisiera estrujarse.

Clavó la atención en el espejo empotrado en el enorme armario de roble cobrizo. La luz de las velas alumbraban aquellos ojos azules, tan profundos y misteriosos como el dolor que se camuflaba en aquella mirada, ella podría ahogarse en ellos, parecían un abismo sin fondo.

Unas enormes ojeras pintaron la parte superior de sus cachetes, un rastro de lágrimas secas acentuaban su aspecto cansado, aquello, sumado a su ropa hecha jirones y con un zapato perdido cual Cenicienta, podía hacerse pasar por una verdadera muerta viviente.

Al tocarse el labio, arañado a causa de sus dientes de leche, sus muñecas salieron a la luz danzante de una vela cercana, el rojo se superpone en el blanco puro de sus brazos.

Las palabras de Lucilica seguían retumbando en sus oídos.

"— Tienes 2 meses para cumplir con el trato."

Beatrice sintió que le temblaban las piernas, con tal de avanzar unos pasos, estas acabaron cediendo y cayó de rodillas. Volvió a sentir las ganas de llorar, de derramar el estrés que se arremolinaba.

Se tapó la cara, reprimiendo un sollozo.

— Lo siento Fred.. Lo siento mucho..

En un arrebato de ira se sacó la mochila de la espalda y lo lanzó hacia el espejo, donde se lo quiso lanzar a ella misma, a su reflejo. Beatrice a pesar de su capacidad intelectual, se martirizaba cada segundo por aceptar la oferta de salir a explorar de aquella noche.

La situación podía con ella, nublaba su criterio.

La atadura hecha con el pijama de Fred aún se conservaba meticulosamente amarrada en su manita, su nariz viajó hacia la tela rasgada, el aroma de su hermano invadió su ser, eso la tranquilizaba.

«Frederick aún no ha muerto, aún hay esperanza»

Trató de auto-reconfortarse para no caer en la locura. Su hermano inundaba su mente, no le importaba nada más. Aspiró un sorbo de aire para coger la poca esperanza y el reducido ánimo que aún quedaba vigente.

Tras fusionar las escasas energías que le quedaban en las venas, hizo un esfuerzo sobrehumano por levantarse del piso. Algo que propinó un tambaleo tras ponerse de pié y tener el tronco recto.

Bea se ubicaba inestable, tan pronto como tenía bajones y recaídas de tristeza, se volvía a levantar para decirse que Fred no la había criado para que se convirtiera en una llorona.

Un bostezo, tan grande como una casa, apareció en el interior de la espaciosa habitación.

Pasados unos minutos, se quitó el vestido desgastado. Con lentitud, volvió sobre sus pasos hacia el mueble en donde descansaba su pijama. El caminar de Bea era pesado, comparado al de un preso moribundo en un centro penitenciario, sus ojos, quienes cualquiera diría que no han visto nada, tienen el mismo desgaste que el de un anciano después de cumplir su primer centenar.

El sueño, un bien como mal común, la perseguía con un hambre voraz hasta lograr hincarle el diente. La joven, aunque lo pretendiera, no podía permanecer con los párpados abiertos.

En la estancia no había más que dos niños, ningún ser tenía permitido entrar sin autorización a excepción de la niñera. Miró con recelo el reloj de cuco que acompañaba fielmente la puerta. 

Faltaban 2 horas para las 10, nadie la molestaría por el momento.

Con total seguridad se despojó de su ropa interior y dejó las prendas en el mismo mueble en el que reposaba su camisón de dormir.

El contacto directo del calor artificial que suministraban los candelabros, erizaron la piel porcelana de la hija del duque, tras quedar desnuda de arriba a abajo, se disponía a liberar su pelo de las dos coletas que aprisionaban sus hebras azuladas en dos partes iguales.

No se percató de la sombra adulta que se acercaba a la cama adosada, sacando una daga de debajo de la almohada. Unos ojos fríos brillaron en las tinieblas de la morada, el desconocido se designó el objetivo de apuñalar a la niña.

Beatrice, logró tapar su desnudez con una prenda limpia y se giró fatigada. Su cabeza chocó con las piernas del inquilino intruso, en ese mismo instante, su propósito de descanso hizo un ligero click y todo el agotamiento y hastío que la poesía salió de su cuerpo como alma que se lleva el diablo.

Miró hacia arriba, la cabeza de un hombre apenas visible la congeló significativamente, la sorpresa se apoderó de ella, y aún más cuando vió su rostro en la daga bien afilada.

Ahora eran los ojos de Bea los que brillaban bañados con sed de sangre. No era ni el lugar ni el momento adecuados para que un asesino de pacotilla burlase la seguridad del castillo para asesinar a los herederos del ducado.

Esto ya había pasado tiempo atrás, puso en práctica las clases de la tutoría en caso de peligro, sabía que no debía de tener miedo, sin embargo, a Beatrice no le importaba ser dañada con una daga, los traumas eran peores que cualquier cuchillo.

Perder a Fred era peor que perder la vida.

— Lo juro por la diosa, si me haces alguna herida, por muy pequeña que sea, todo el ejército militar y la milicia armamentística de los Hefesto te cortaran la cabeza en pedacitos tan pequeños que no se podrán ver a simple vista— Siseó para distraerle, tenía que alejarlo de su hermano a toda costa.

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Continuará

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Este es un capítulo largo xd, siento la tardanza, espero que os haya gustado y no resultase muy pesado :DDD, publicaré el siguiente cap mañana o el martess, have a good day!!

¿Podré ser amada ésta vez?Where stories live. Discover now