IV

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La música era tranquila, un piano de cola se situaba en una de las esquinas y varios violines lo acompañaban creando una melodía que atravesaba todo el salón y se desvanecía con el cotilleo de la gente. Un grupo de chicas altas y delgadas sostenían copas de champagne mientras caminaban de regreso a su mesa, y varios hombres jovenes hablaban con señores que fumaban puros, todos eran muy guapos, inclusive algunos señores grandes, que tenían sus facciones suaves como si hubiesen sido dibujados por uno de los mejores pintores modernos, esos que le dan luz a los ojos y vida a sus trabajos.

Entramos al salón e inmediatamente un mesero se acercó a nosotros con tres copas de champagne sobre una charola, hizo una pequeña reverencia y mostró las copas, sonreí y accedí a tomar una antes de adentrarnos entre la multitud.

— Buenas noches señor Abbadelli — dijo mi madre dirigiéndose a un señor canoso y ojos color esmeralda.

— Buenas noches Penélope — repondió con una sonrisa blanca, haciendo que se formaran arrugas a los lados de sus ojos.

>> ¿Es su familia? — prosiguió viendo más allá de mi madre, pasando los ojos entre mi padre y yo.

— Sí — le dijo mi madre — ella es mi hija, Alma — dijo agarrándome del hombro y pasándome suavemente hacia adelante para que me viera bien, le tendí mi mano, él la agarró y le dio un leve beso.

— Signorina buonanotte — me dijo con un perfecto acento italiano, al oírlo solo sonreí.

— Buenas noches — le dije sin saber que mas contestar.

— Intelligente — dijo con una sonrisa aún más grande en el rostro — y guapa — dijo al fin con un genuino español.

— Y él es mi esposo — continuó mi mamá presentando a mi padre.

— Leonard Bautista, mucho gusto — dijo mi padre tendiéndole la mano, el señor Abbadelli estrechó su mano.

— Mucho gusto, espero disfruten este pequeño evento.

Cuando oí las palabras del señor Abbadelli estuve a punto de reírme irónicamente, pero me contuve, esto no era un pequeño evento, había más de cien personas dentro del salón, la decoración gritaba la palabra elegante y el espacio la secundaba haciendonos saber que dentro cabrían más de 500 personas.

— Muchas gracias, estoy seguro que lo disfrutaremos.

— Señorita Lescol — se dirigió a mi madre —¿puedo hablar con usted?

— Claro — dijo mi madre, se acercó a nosotros y le dijo a mi padre — vinieron varios amigos tuyos, vi a Erick por la mesa de allá — dijo señalando una mesa en una de las esquinas, nos sonrió y se fue a hablar con su jefe.

Mi padre me miró y me preguntó si estaba bien si me dejaba sola, con una sonrisa le aseguré que sí y se dirigió a la mesa que le había señalado mi madre, varios de sus amigos estaban reunidos al rededor, sostenían vasos con licor. Cuando vieron a mi padre lo saludaron y lo invitaron a unirse, él le habló a un camarero y le pidió una bebida, el camarero asintió y se perdió entre la multitud.

Caminé por el salón, apreciando todo lo que mi ojos veían, desde los grandes ventanales hasta los diferentes vestidos de los asistentes, me acerqué a una chica con blusa blanca y pantalón negro y le pregunté por el baño.

—Claro—dijo con una sonrisa y le dejó la charola que llevaba con uno de sus conpañeros—sígueme.

Se mantuvo siempre delante mío, esquivamos a varios grupos de personas que tenían copas en sus manos y platicaban sonrientes entre ellos sin inmutarse de nuestra presencia, y salimos por la gran entrada del salón, caminamos hacia la entrada por el largo pasillo y cruzamos el recibidor, en el cual las hermosas mujeres seguían recibiendo gente. Después de caminar unos cuantos metros giramos a la izquierda y había un pequeño recibidor, en el fondo había una pequeña mesa con rodeada de tres sillones, y a cada lado había una puerta.

El Dios del Amor | EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora