Hard feelings

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Un sonido agudo como el de una interferencia llena el aire. Siento el frío húmedo del suelo colarse a través de los jeans y un murmullo me trae de vuelta. Siento la calidez de la pequeña mano de Sally sobre mi hombro y la inquietud en sus palabras, -¿Sara,... qué sucede?- me pregunta. ¿Cuánto tiempo llevo así? 

Intento ponerme de pie y el peso de haber estado tanto tiempo sentada sobre mis piernas, entumece mis rodillas. Me sacudo el polvo e intento aligerar el humor ofreciéndole la mejor sonrisa que puedo darle a través de todo el cansancio. -Oye, creo que no necesitamos llamar a un profesional para hacer las mejoras. Las mujeres Miranda somos totalmente capaces de empotrar una alacena... O tal vez no,- digo entre risas, intentando aligerar la expresión aprensiva en su rostro.

Ella intenta no darle tanta importancia y hace un esfuerzo por seguir con mi tonta charla. -Creo que deberíamos pedir ayuda,-  dice con mofa, señalando un cuadro que monté sobre la pared. Me giro y río al verlo: no se ve muy en escuadra.

Su móvil suena a lo lejos y hago un gesto con la cabeza para que vaya por él. Insegura, se lo piensa por un momento, pero luego se decide a ir por su móvil. Resulta que la tita Isabel le había escrito invitándonos a cenar junto a ella y sus hijas de crianza. Sally intenta convencerme de que la acompañe pero me escudo en todo lo que hay por desempacar aún. Ella cede y me da un abrazo antes de salir. 

Estando sola, hago mi vuelta por el apartamento, intentando poner orden entre todo lo que hemos logrado desempacar, ideas inclusive. Sin embargo, al volver a la sala busco instintivamente la pequeña caja y la encuentro en el suelo justo donde la abandone hace un momento.

Me pongo en cuclillas una vez más y la recojo. Sopesándolo, paso con cautela la mano sobre ella, la áspera madera lastimándome la palma. Me quedo observándola un momento hasta que me decido por abrirla. 

Hasta arriba, testigos del paso de los años, me encuentro dos descoloridas polaroids. Tomo una de ellas y observo la escena que me devuelve. Un pequeño bebé en brazos de una bella mujer, sonríen hacia la cámara y reconozco a Sally en la pequeña y a mamá en aquella mujer. Me permito un momento y bajo la pequeña caja para apreciar la foto con detenimiento.

Inspiro con esfuerzo y cierro los ojos intentando serenarme. Bajo la fotografía y amago a tomar el fino papel aún rezagado en la caja. Es el ruido del móvil sobre el aparador lo que me saca de mis pensamientos. Dejo escapar el aire y me levanto a buscarlo.

Un mensaje de un número desconocido aparece en el display y deslizo la pantalla, intrigada. "¿Estás ocupada?", lee el mensaje. Lo pienso un momento y me decido por llamarle.

-Hola,- cogen al segundo tono, la voz de Cano llenando el altavoz. -Hola,- respondo con sorpresa, -no esperaba tú llamada.- agrego. 

-Lo siento,- continúa él, -le pedí tú número a Canario... espero no ser inoportuno.- termina.

-Oh, no es así.- le aclaro, sujetando el móvil con el hombro mientras cargo una caja hasta el salón. -¿Quieres darme una mano?- añado, invitándolo.

-Ugh, claro. Vuelve a pasarme tu ubicación.- responde y lo saludo una última vez antes de cortar.

Las últimas semanas, me asignaron el turno de la noche y, para mi fortuna, hemos coincidido durante nuestros patrullajes. 

Más allá de su constante rictus malhumorado, me ha demostrado ser un buen compañero. Cano se ha portado muy bien conmigo y pronto he encontrado en él a un buen amigo. He aprendido pronto que la lealtad es una de sus virtudes y me permití presentarle a Sally. Quiero creer aún sé juzgar el carácter de las personas y que hacerlo no fue un grave error.

Ha sido mis ojos las ocasiones que debí salir de la ciudad y ha velado por ella. La niña pronto le ha cogido cariño y ha cenado con nosotras en una que otra ocasión.

El portero suena y me acerco a atender. Lo dejo pasar y pronto está frente a mí. Me saluda con un beso y lo invito a pasar. 

-¿Qué has estado haciendo?- pregunta entre risas al ver mi lamentable esfuerzo por montar la mesa del comedor. Pronto decide será él quien monte las sillas y yo quien prepare la cena. Y sin oponerme, obedezco entre risas.

Muy a gusto, hablamos nimiedades hasta que pronto está la comida lista. Él alaga mi pobre guisado entre risas y la cena se pasa en un abrir y cerrar de ojos. Cano recibe una llamada y me explica que tendrá que dejarme. Lo despido y vuelvo hacia la cocina con los platos en mano.

Pienso en Sally y en lo lejos que hemos llegado, ¿vale arriesgarlo todo? Un amargo recuerdo escociéndome los ojos.

Marbella ViceWhere stories live. Discover now