—Camilla no es lo que aparenta, Charles. Contigo es todo amor, mariposas, te amaré hasta la muerte —comencé a decir sin importarme qué dijera al contrario—, pero en realidad ella es un "te amaré hasta que alguien más se presente".

—Tampoco aceptas nuestra relación, ¿no es así?

—Por dios, Charles, ella es casada, deberías olvidarte de ella —comenzaba a perder un poco la paciencia.

Sabía sobre Camilla y todo lo que hacía, no solo por chismes, inclusive la había visto; ella no era alguien que encajara en la monarquía o con cualquier otro hombre, a excepción de Andrew quien parecía encantado a tener una relación abierta y le tomaba poca importancia a la que se hacía llamar solo civilmente su esposa. Lo sabía porque había entrado encubierta a un cabaret en donde ella había salido de la mano de un chico unos cuantos años más joven que ella... y yo había salido de la mano de Andrew Parker-Bowles sin siquiera saberlo. Algo de lo que me arrepentí a la mañana siguiente, y aún sigo haciéndolo.

—"No es destino de todos los hombres casarse con la mujer que lo ama mejor" —dijo sin mirarme citando a mi autora favorita—. ¿No es así?

—Al parecer es el tuyo —admití también sin mirarlo—. Diana es la mujer indiciada, si es que lo estás considerando...

—No hablaba de ella.

—Por favor, Charles, ella ni siquiera te ama, solo quiere tener una buena posición social así como adueñarse de toda tu fortuna si pudiera.

—No la conoces. No sabes cómo es ella —alzó la voz, era obvio, Camilla era su protegida y su adoración.

—La conozco —solté sin ningún tacto—. Pero no pelearé por una mujer que no vale la pena.

—Camilla vale toda la pena —contestó entre dientes irritado—. Ella lo vale.

—Espero que no sea muy tarde cuando te des cuenta, Charles. Buenas tardes.

Me alejé a una considerada velocidad de donde nos encontrábamos. No me parecía sensato pelear por causa de alguien como Camilla Parker-Bowles, una mujer casada que alardeaba en ciertos lugares y con ciertas personas sobre lo tanto que amaba a su esposo y aún más a sus hijos, siendo totalmente lo contrario. Ella no era más que una mujer ambiciosa quien sólo quería disfrutar del dinero, la libertad y de todos los hombres del país por pura satisfacción propia.

—Su alteza —hizo una reverencia—. Están esperándola para llevarla al aeropuerto, su vuelo hacia Francia está casi listo.





—¿Cómo estuvo tu estancia en Escocia? Mencioné específicamente que fueras bien recibida como la princesa que eres.

—Bien, y claro que lo hicieron abuela —rodé los ojos cuando la abracé—. Todos fueron muy amables, gracias.

—No creas que no te vi, niña irrespetuosa —me señaló con el índice—. Llegaste a hora justa, estamos por comer.

—No creas que no estamos ansiosas por saber qué queja o rumor conseguiste allá —mi tía Charlotte se enganchó a mi tío con cariño—. Apuesto lo que sea a que Margaret no dejaba de lanzarte miradas de odio.

—¿Qué necesidad? Es obvio que lo hizo —comenzamos a tomar nuestros respectivos lugares en la mesa principal—. ¿Y bien? ¿Lo hizo?

—Se mantuvo al margen —asentí abrazando ahora a mi tía Christina—. Al parecer el problema es contigo.

—Te lo dije —mi madre la apuntó mientras sonreía victoriosa—. ¿Cómo te fue con Charles?

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