Capítulo 2

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—Justo a tiempo.

En medio de la sala de baile, una elegantemente enguantada mano me sujetó un instante antes de que besase el suelo tras la culada que algún opulento miembro de la nobleza me había propinado. Miré hacia arriba y me encontré con un apuesto joven de ojos verdes que me sonreía con gracia.

—Muchas gracias.

—Un placer poder serle de utilidad, princesa.

Me incorporé rápidamente y recompuse mi vestido.

—Sólo Anna, por favor.

—Como desees, Anna. Príncipe Hans, de las Islas del Sur —se presentó entonces reverenciándome.

"Ah... otra reverencia...", pensé mientras una leve sonrisa escapaba de mis labios al recordar la insólita reacción que había tenido un rato antes Kristoff en una situación similar.

—Es un placer, príncipe Hans.

—Hans sólo.

—De acuerdo, Hans.

—¿Me concederías, Anna, el honor de bailar contigo?

El muchacho me tendió su mano con una estirada y normativa postura para invitarme a bailar e, inconscientemente, hice la comparación con la enorme, desnuda y tosca mano que me habían tendido tan sólo unas horas antes: la postura relajada y cercana frente a la dichosa etiqueta, la calidez y la rugosidad de la piel de alguien que trabaja con el sudor de su frente frente a la fría e impoluta y suave tela de quien vive del sudor de los demás. Supongo que yo no era quién para criticar.

Agité la cabeza casi imperceptiblemente sabiendo que todo aquello no me llevaba a ningún sitio y volví al rol que se esperaba de la princesa de Arendelle.

—Con gusto.

Tomé de nuevo la mano de Hans y bailamos la pieza que estaba comenzando a sonar con la gracia y la elegancia de quien ha recibido años de tediosa práctica.

Tras el baile, disfrutamos de la fiesta en mutua compañía. Durante un buen rato dimos buena cuenta del convite donde, gracias a Dios, no faltaba el chocolate. Después le hice un pequeño tour por el palacio, por las caballerizas y por los jardines del castillo. Finalmente, al caer la noche, paramos a comer algo más y a descansar mientras, desde uno de los grandes balcones del edificio principal, disfrutábamos de las vistas del las calles iluminadas del reino. Allí, los dos nos contamos un poco cómo habían sido nuestras vidas. Hans me habló de sus doce hermanos mayores y de cómo le dejaban de lado y yo le conté cómo mi única hermana había hecho lo mismo conmigo.

Pese a haber sentido el rechazo como yo, no pude sentir en él la comprensión y empatía que había recibido de Kristoff.

El oscuro cielo estaba ampliamente iluminado por una enorme luna llena que volvía casi imperceptible la luz de todas las estrellas que la acompañaban. Mi mirada viajó a las montañas y me pregunté si aquel tremendamente libre vendedor de hielo ya habría acabado su trabajo o si estaría allí, disfrutando del aire fresco de las montañas y de aquella luna que lo bañaba todo.

—Es realmente hermoso, ¿verdad? —comenté tratando de sacar tema de conversación sin retirar la mirada de las montañas.

—Desde luego que lo es, pero no tanto como tú.

Me giré hacia él algo ruborizada. No esperaba ese tipo de reacción. No acostumbraba a escuchar halagos de ese tipo a mi persona.

—Puedo entender lo sola que te has sentido hasta ahora, pero, ¿sabes?— Hans tomó con cuidado mi mano y clavó sus ojos en los míos—, yo nunca te haría eso.

Me late el corazónWhere stories live. Discover now