Epílogo: Jours ensoleillés

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[suspiros y sonrisa feliz] UwU

Me encantó escribir este cuento para ustedes, en serio, no saben cuanto <3 Pero antes de despedirnos definitivamente, me gustaría agradecerles a todos por haberse dado una oportunidad de leerlo, de votar, de comentar, y también de jugar conmigo, fufufu  ^u^ Esperen a conocer al ganador de la cocotrivia en una próxima actualización de mi obra COCONOTICIAS, y mientras tanto, los dejo con un beso, un abrazo, y este dulce epílogo para cerrar nuestra amada obra La Belle et la Bete. 

¡Muchísimas gracias! 

***

Habían pasado muchos días. Días de sol, días en que la luz de una hermosa doncella había ido sanando cada uno de los antes oscuros rincones del castillo, así como las memorias de todos. Fue como si al amanecer una niebla densa se levantara de todos ellos, y la gente que antes no recordaba que ahí había un castillo, ahora era plenamente consciente de su historia y del rey destinado a ocupar su trono. La bestia ya no existía. Fueron días de alegría. Días de reencuentros. Días de lágrimas y milagros. Un rey suplicando perdón a un campesino, un invierno transformándose en primavera, tres peticiones de boda en un solo banquete, y muchas otras maravillas que todos recordarían en canciones durante los años siguientes. Y por fin, durante la séptima noche de aquellos días soleados, la pareja unida por una rosa pudo al fin volver a estar junta en la intimidad.

—Aaaahhh, Eli... Eli, más despacio, yo... ¡aaahhh! —La hermosa peliplateada estaba montada sobre el rubio, ondulando sus caderas con ritmo casi desenfrenado. Apenas podía soportar todos los sentimientos que se agolpaban en su pecho, y ver las expresiones de placer de su amado no ayudaban a calmar su hambre de él.

Meliodas tenía los ojos cerrados con fuerza, la boca abierta en un silencioso grito de gozo, y se aferraba con sus elegantes dedos a las caderas de ella, tratando de frenar un poco la pasión con la que parecía tratar de destrozarlo. Su espalda se arqueaba mientras los jadeos y gritos luchaban por salir de su garganta, y el único hilo de cordura que aún unía su mente le indicó que tal vez había sido un poco pronto para enseñarle a su Elizabeth todas aquellas artes amatorias. Pero si el precio era terminar fundiéndose en uno con ella, la verdad, estaba dispuesto a pagarlo gustoso.

Mientras, la albina se sentía dolorosamente feliz. Deslizar las manos por su pecho, sentir la fuerza de sus latidos, escuchar sus gemidos, deleitarse con el toque de sus manos... y poseer su ardiente virilidad palpitando en el interior de su cuerpo. Ser consciente de ello avivó el fuego que la consumía por lo que, desesperada, aumentó el ritmo de las arremetidas contra él. Los gritos de ambos se mezclaron al sentir como la inminente venida llegaba, y él abrió los ojos para clavar su intensa mirada verde en los zafiros de su amada.

—Te amo, ¡Elizabeth! —Ese grito fue todo lo que necesitaron para unirse en una explosión de placer que les robó el aliento y fundió sus almas en un resplandor blanco. Cuando finalmente regresaron a sus cuerpos y volvieron a ser conscientes de su glorioso presente... la bellísima joven comenzó a llorar—. ¿Qué pasa Eli?, ¿qué tienes? —El rubio abrazó de forma protectora a su mujer contra el pecho, y acarició cada centímetro de piel que podían tocar sus manos, desde sus brazos y hombros, hasta sus mejillas llenas de lágrimas—. ¿Acaso te lastimé?

—No —respondió ella casi riendo. Lo que acababan de vivir era exactamente lo opuesto al dolor. Sin embargo, aún había un sentimiento que la quemaba por dentro, la misma razón por la que le había hecho el amor de aquella manera desenfrenada, la misma razón por la que apenas soportaba su existencia—. Es solo...

Pero no atinaba a decirlo. Las palabras morían en sus labios, que lo único que querían hacer era besar al hombre frente a ella. Sus bocas se unieron en un sello que guardaba todas sus intensas emociones, y cuando al fin estas la asfixiaron, se separó lo suficiente para gemir y suplicar por más. Solo que él ya no permitió que lo evadiera. En cuanto se detuvieron por falta de aire, el joven rey tomó el rostro de la peli plateada entre sus manos y la obligó a mirarlo con una sonrisa.

La Belle et la BêteWhere stories live. Discover now