Seis

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Un par de días después, su pequeño grupo de amigos era conocedor de las novedades en la vida de la muchacha. Para su regocijo, ninguno había cambiado de actitud con ella ni creía que le tuvieran pena. Con Mario todo iba mejor que bien, y tenía la sensación de que aquello los había unido un poco más aunque le afectase únicamente a ella.

Su padre había hecho las maletas y, aquel mismo día, se había despedido de ella prometiéndole que, en cuanto tuviese su nueva residencia lista, la llevaría unos días con él. Sonia no lloró en la despedida, pues sabía con certeza que en cuestión de unos días estaría de nuevo con él.

Su madre, por otra parte, se mostraba seca y poco amistosa con ella. Sonia no comprendía que le sucedía, pero no dejó que aquello la volviese loca porque tenía mucho más con lo que lidiar.

Tenía muchos deberes, trabajos y estaban haciendo unos exámenes de nivel por lo que andaba muy atareada. Además, invertía cada día un ratito en estar con Mario, quien le hacía la máxima compañía que podía y la apoyaba hasta lo indecible.

Los días pasaban sin tregua, cosa sobre la que reflexionaba a veces. Cuando quiso darse cuenta, su padre la llevó a su nueva residencia, la cual quedaba a unos veinte minutos del instituto. Había buscado algo que pudiera costear lo más cercano posible al centro para que ella pudiese mantener sus horarios y su rutina, pues como él disponía de coche para ir a trabajar tanto le daba un poco más cerca o más lejos. El piso le gustó, era pequeño y acogedor, sencillo, con tres habitaciones de las cuales una se había habilitado como estudio para él y las otras dos eran para ellos. Un lavadero y una pequeña terraza, cocina independiente, un baño y el salón comedor. Todo del tamaño justo, pues tampoco se necesitaba mucho. Aprovechó para pintar los días que estuvo allí, dejando su habitación completamente a su gusto.

La segunda vez que fue, llevó parte de sus pertenencias. Algunas cosas para decorar, unos cuántos libros de lectura y algo de ropa. Estuvo tres días allí, pero tras esa vez comenzaron a organizarse semanalmente, pasando así una semana con cada progenitor.

La verdad era que en su casa de toda la vida se sentía más cómoda, posiblemente por la costumbre, pero su madre estaba en un plan bastante fastidioso y comenzaba a estar un poco cansada. Comprendía que podía estar pasándolo mal por la separación, pues en una ocasión en que preguntó a su padre sobre sus motivos —de lo cual no obtuvo respuesta— alcanzó a descubrir que había sido él quien había decidido y propuesto la separación. En realidad, el hombre había mencionado la palabra divorcio, lo que le dio a entender que aquello ya no tenía arreglo con el paso del tiempo y que era completamente definitivo. Seguía queriendo saber qué había sucedido, pero nadie le decía la razón. Finalmente, dejó de preguntar.

Una tarde, tras acabar las clases, al llegar a casa se dio cuenta de algo que la dejó de piedra. Paralizada en la acera de enfrente, en el paso de peatones que había a unos diez metros de su puerta, vio a su madre entre los brazos de un hombre. Se besaban como si no hubiera un mañana, cosa que a ella la indignó pues su mente le gritó que la actitud de aquella mujer no se debía al duelo por la división de su familia, pues de ser así no estaría tan pronto con otro hombre.

Caminó hasta allí sin fuerzas, con suma lentitud y tratando de no llamar su atención. Cuando se separaron levemente, Sonia pudo ver el rostro del varón. Lo conocía, ¡vaya si lo conocía! No era otro que Arturo, el vecino de dos casas más allá de la suya y uno de los mejores amigos de su padre. 

Sintió que la rabia ardía en ella, burbujeando en su interior como si de lava a punto de salir de un volcán se tratase. ¿Sería lo que estaba pensando? ¿Habían ambos engañado a su padre? No solamente era su madre la traidora, sino también Arturo, pues había traicionado la larga amistad que lo unía a su padre.

En un momento dado, cuando le quedaban quizá tres metros para llegar, el hombre la vio y se quedó petrificado en el lugar. La mujer se giró levemente, vio a su hija, cambió su expresión a una severa y se dio la vuelta por completo encarando a la chiquilla, colocada entre ella y el hombre como si quisiera defenderlo de un asaltante. Sonia rio con amargura ante aquello.

— Así que esto es lo que pasó... —musitó—. Vaya, menuda sorpresa.

Ninguno dijo nada, pero la mujer se mostró más defensiva. La muchacha terminó de acercarse y pretendía pasar por su lado para acceder a la edificación, pero su madre la tomó con fuerza del brazo.

— ¡Suéltame! —Rugió—. No te atrevas a tocarme.

— A mí no me hables así —espetó la adulta.

— Te hablaré como me dé la gana, te buscas las cosas tú sola.

— No le hables así a tu madre —intervino el tipo.

— Tú no te metas. ¡No eres mi padre para decirme qué hacer!

Una sonora bofetada dejó la mejilla de la chica de un rojo encendido, mientras unas gotas de sangre asomaban en la comisura de su boca.

— Uff, mamá... Mejoras todo por momentos —Ironizó—. ¿Sabes qué? Haz lo que te salga del coño, pero fuera de casa. Es mi casa, mi puta casa, y no lo quiero a él dentro.

Sabía que, posiblemente, a la fémina le darían igual sus palabras, pues ya demostraba cómo de considerada era con aquellos que habían compartido tanto con ella, con su propia familia, pero no iba a quedarse sin decir nada. Sin más, se dio la vuelta y subió los tres peldaños que la separaban de la puerta del que siempre había sido su hogar. Accedió a él, cerró y se fue a su dormitorio, donde dejó caer la mochila y se tiró en la cama con el teléfono móvil en la mano, dispuesta a hablar con aquellos que la calmaban, con quienes realmente la querían. No necesitaba más que a quienes realmente estaban a su lado, pues eran los únicos importantes en su vida. Se prometió que así seguiría siendo de ahí en adelante. Solamente su padre y sus amigos le iban a importar, pues en el momento en que aquella señora le había cruzado la cara había perdido todo su respeto y consideración.

Escribió a su padre, pero no le contó lo sucedido. Luego chateó con sus amigos en el chat grupal y, tras eso, conversó con Mario largo y tendido, dejando nuevamente que todo saliese y las lágrimas se llevasen su pena y su rabia.

Pensó en sus seres queridos, también en Ona y en cuán agradecida estaba con ella por haber respondido su consulta tiempo atrás, pues le dio el empuje y las fuerzas necesarias para decidir, aunque ahora empezaba a arrepentirse de dicha decisión tras la escena frente a su casa. Todo sucede por algo, caviló. Debía ser fuerte, mantenerse entera y alzar el rostro.

Quizá sería difícil, pero algún día estaría completamente bien.

¿Que cómo lo sabía? Fácil, tenía todo lo que necesitaba y a quienes quería a su lado. ¿Qué más podía pedir?


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¡Y hasta aquí llegamos!

Sonia encontrará la forma de salir adelante a pesar de la adversidad, porque ahora sabe que no está sola y que, en ocasiones, necesitamos menos de lo que creemos y un poco de apoyo es más que suficiente para estar bien. Tristemente hay muchos adolescentes (y no tan adolescentes) pasando por situaciones similares a estas y no saben cómo gestionar sus emociones, como a nuestra protagonista le sucedía. 

Si te encuentras en un punto de tu vida similar a este, no dudes cobijarte en los brazos de quienes te quieren y te acompañan; esa puede ser la mejor elección que tomes.

¿Te esperabas que fuese esa la razón de la rotura de esa familia? ¿Creías que Sonia sería lo suficientemente fuerte como para tomar finalmente la decisión tomada?

Confío en que hayas disfrutado leyendo esta pequeña obra, y también que nos encontremos en otra de mis creaciones. ¡Nos leemos!

✔️A tu lado [#LCDO3] Where stories live. Discover now