Epílogo

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El veintiocho de junio, a eso de las diez de la mañana, se ve la camioneta azul de Ramiro Santacruz recorriendo la costanera. Es el esperado cumpleaños de Sofía. La familia decidió de manera unánime tomarse un descanso y aprovechar de celebrar a los jóvenes cumpleañeros yéndose una semana completa a la playa. Después de todo, Vicente cumple años al día siguiente.

Puesto que Sofía consiguió la emancipación al declararse el fallecimiento de su tío y tutor legal, la propiedad a su nombre desde la muerte de su madre en parte de herencia custodiada por Damián hasta su mayoría de edad, le fue cedida sin problemas por los tribunales de familia al dictaminarse su condición de persona independiente. Sin embargo, y ante la propuesta de Mariana de que se quedara a vivir con ellos si así lo deseaba, Sofía decidió vender la casa, meter el dinero a su cuenta bancaria y con una pequeña parte de ese dinero, decorar su nueva habitación.

El día anterior al viaje, Sofía decidía enseñarle a su amado amigo su último gran secreto.

Su vida virtual.

Era lo último que quedaba por contar. Antes de eso, y frente a la familia, habló del infierno que significó vivir bajo la tutela de ese desgraciado.

Habló de los abusos. De cómo este sujeto se ganó su confianza desde que llegó a vivir con ellas. Y de cómo al día siguiente del que su madre falleciera, se transformó en el monstruo que fue hasta el día de su propia muerte.

Confesó que, desde los diez a los trece años, se enamoró de él. Supo seducirla con su amistad y su presencia. Era bueno con ella. Demasiado bueno.

Meses antes del aneurisma de su madre, se andaban besando a escondidas. Teniendo roces y toques cómo si hubiesen sido noviecitos. Con la garrafal diferencia de que su tío ya tenía como la edad de Ramiro, un poco más veintisiete, y les ocultaba sus crímenes y su verdadera línea de trabajo, a las dos.

Había pasado de ser un simple policía de la oficina de narcóticos, a ser parte del cártel local y trabajar para ambos bandos. Con su abultada billetera solía comprarle grandes regalos a ella.

Todo en secreto.

Sin embargo, y no estando completamente segura, Sofía les comentó que creía que su madre se había enterado de lo suyo con su tío aquél día donde todo cambió y que, de haber sido así, sufrió ese derrame por su causa.

Cuando se disponían a consolarla y decirle que eso no era así, ella se adelantó. Tenía ya muy claro que aunque fuera cierto, encontró la ayuda necesaria que le permitió exculparse después de años. La maldad y culpa de todo recayeron, como debía ser, en ese monstruo.

La decisión de confesarle a la familia, tenía un fin: poder quitarse el peso de sus horribles secretos. En particular, de uno.

Su aborto a los catorce.

Había quedado embarazada poco después de que empezaron los abusos. A los cuatro meses de gestación, Damián se dio cuenta. La llevó a una clínica ilegal del cártel, dónde él solía recibir atención médica fuera de los hospitales del sistema. El raspaje salió mal. Tan mal que casi se muere en la mesa del cirujano. Consiguió estabilizarla, pero tuvieron que trasladarla a una clínica privada. Los registros indicarían un ingreso por apendicitis puesto que el pago por debajo de la mesa fue sustancioso. Pero aquella noche, Sofía recibía una histerectomía de emergencia, producto de un aborto ilegal mal ejecutado a una niña de catorce años.

Todos esos detalles estremecedores pusieron a llorar a Mariana, Natalia y a Vicente. Ramiro se dedicó a escuchar y a racionalizarlo todo. Semejante historia hizo que admirara mucho más el temple de esa chica. De todas formas, si hubiera tratado de decir algo, su voz habría delatado su conmoción.

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