La silla de montar.

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Lo que nadie sabía era la verdadera historia. Nadie sabía que, cuando Pedro Pablo se acercó al malogrado Ömer Rissit; antes de partir en busca de ayuda, éste lo reconoció y, balbuceando, le dijo algo muy importante al oído. Además, para sorpresa de Pedro Pablo, le pidió perdón por haberse burlado de él; perdón por haberle contado una mentira a la tía Dafne, y perdón por... (algo que ya no se lograba entender). 

Lo cierto es que, tres días después de matarse el caballo colorín, no tan lejos del pueblo, en dirección norte, un hombre del vecindario lo encontró. Unas cuantas aves carroñeras ya estaban dándose un festín. El hombre llegó con la noticia, y, aunque muchos fueron a  cerciorarse personalmente, nadie, absolutamente nadie del pueblo se atrevió a tocar la valiosa silla de montar y ni pensar en sacarla. El miedo a ser parte de la venganza del Diablo, les hacía retroceder. Pero había alguien que sí se atrevería.

Cuando la habladuría (copucha) llegó a oídos del veterano Pedro Pablo, éste esperó pacientemente el oportuno momento para ir al lugar indicado. 

Procurando no ser visto, y con un interés muy particular, fue hacia el lugar señalado. Era media mañana. Portaba una pequeña navaja. Sabía muy bien a qué iba, y con qué se encontraría.

El difunto Ömer ya le había dado a entender que, en un lugar específico de la silla de montar había ocultado "algo". 

Pedro Pablo, luego de espantar a las aves carroñeras, y soportando un evidente mal olor, rasgó con la navaja la parte de atrás de la montura (el borrén), para buscar, entremedio,  ese "algo" que había fondeado muy bien Ömer. Al meter una de sus manos, pudo retirar una pequeña bolsa de cuero curtido, muy fina. Dentro de ella había un juego de llaves. Eran tres, y, lo demás ya estaba dicho. En la casa del turco estaba la caja fuerte con sus tres cerrojos, esperando ser abierta.

Rápidamente, Pedro Pablo, ya mareado con el fuerte olor a descomposición, emprendió el regreso y se fue derechito a la casa de "don Rissit", como a él le gustaba llamarlo. Y, claro, ya no le guardaba rencor. Es más, sentía pena por tanta desgracia junta acaecida en la familia Rissit. 

Buscó en el dormitorio del turco, pero no veía la caja de fierro por ningún lado. Al fin, detrás de un falso mueble de  madera, la encontró, muy bien camuflada. Se puso en cuclillas frente a ella y, con cierta ansiedad, comenzó a probar las llaves correspondientes. Fue fácil  abrir la puerta de fierro fundido, pero..., al sacar otra pequeña caja de cartón, y revisar su contenido, abrió sus ojos exageradamente, incrédulo, frustrado, sintiéndose  burlado una vez más. 

Efectivamente, la caja de cartón  contenía una gran cantidad de dientes amarillentos, como los dientes de un fumador; sí, como los suyos. Pero ninguno era de oro. Eran dientes de perro; sí que lo eran, común  y corriente, como de cualquier perro grande. Los lanzó, furioso, al piso de la habitación y se fue, a paso ligero, a su propia casa, dando un fuerte portazo al salir. Hubo gente que, al cruzarse con él, lo saludaban amablemente, mas él no levantó cabeza ni nada dijo.

De un puntapié abrió su propia puerta y entró sin detenerse, hasta llegar frente a un armario metálico donde, sobre éste, dejaba la pequeña botella transparente con el diente de oro que le había entregado el niño tiempo atrás.

Al tomar la botellita, y mirar su contenido, quedó perplejo. Ya no había tal diente de oro. Ahora era un simple canino amarillento y deslucido, opaco y... burlón.

Dio dos pasos hacia atrás, arrojó la pequeña botella al suelo. Ésta, al romperse, produjo un sonido multiplicado por mil. El hombre no sabía qué estaba pasando. Eso no era normal. Luego retumbó adentro de la casa una estridente carcajada. Pedro Pablo entró, esta vez, en verdadero pánico. Casi al instante sintió a sus espaldas el furioso gruñido de un animal. El viejo hombre giró en ciento ochenta grados y, allí, en la puerta de su habitación, vio un enorme perro negro que se aprestaba para saltar. El pensó que éste sería su trágico fin. El animal tomó posición de ataque, echó  sus orejas puntudas hacia atrás. Abrió sus fauces al máximo. Y, lo último que Pedro Pablo vio fue que toda la dentadura de ese perro endemoniado era de oro, de oro puro.

En una fracción de segundo, el animal caía sobre Pedro Pablo, botándolo hacia atrás y cerrando sus poderosas mandíbulas en la garganta del infortunado que no logró sobrevivir.

Al rato, espontáneamente, surgieron llamas por todos lados de la casa. Se desató un voraz incendio que en poco tiempo redujo casi todo a cenizas. Una de las excepciones que, aunque chamuscado podía leerse, era un viejo cuaderno de matemáticas que Pedro Pablo usaba para anotar cosas de su propia importancia. Estaba en un pasillo, bajo unas planchas de zinc que habían caído junto al derrumbado techo. 

Del pobre pero honrado viejo, P.P. Vilches Carmona, solamente quedaron unos cuantos huesos completamente calcinados. 

Cuentan que, algunos asustados hombres del pueblo, agarraron su familia y abandonaron casa y todo para no ser alcanzado por la venganza de Diablo. Se fueron, lo más lejos posible. 

Las tragedias iban en aumento, así el miedo se transformó en pánico. Más aún,  cuando en pleno día o de noche se escuchaba como el sonido de muchas cadenas como arrastrándose, sin lograr identificar su procedencia; sin poder verlas, ni encontrar rastros posible.

Otros decían que el relincho de un encabritado caballo se escuchaba cuando había luna llena.

De doña Dafne nunca más se supo. Al menos, al pueblo, nunca volvió.

Pasado un tiempo, unos jóvenes llegados de afuera, se atrevieron a entrar, como pudieron, a la botillería Estambul y saquearon absolutamente todo. Lo único que quedó fue una vieja silla de mimbre y, sobre ésta, los restos de un gato amarillo recién muerto. Un poco más allá, tres distintos zapatos de mujer se confundían entre algunas cuantas botellas de vino,  rotas y esparcidas por el suelo.


FIN......FIN......FIN.....FIN.....FIN.....FIN


Nota del autor: Aquí termina este corto cuento, chileno. Si les gustó, no duden en compartirlo. 

Atte. Domingo Arturo Canales Villarroel/Autor/Wattpad.










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