La venganza.

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Considerando la tardanza de su sobrino Ömer, Dafne ya estaba tomando la decisión de cerrar la botillería. Nunca ella le había puesto los candados al negocio. Estaba comenzando a moverse con cierta dificultad  para lograr su objetivo de manera correcta; esta vez se notaba mucho más lúcida y actuaba relativamente bien, excepto el detalles de los zapatos cambiados.

Al instante un característico relinchar equino, frente al portón lateral de la botillería, llamó la atenció de doña Dafne que salió casi corriendo a la calle, con un mal presentimiento. Las luces artificiales comenzaban a encenderse, tímidamente, a lo largo de la calle. Unas cuantas personas se acercaron al lugar para ver qué estaba ocurriendo, pues, el animal no dejaba de relinchar.

Peligrosamente, algunos hombres trataron, inútilmente, de agarrarle las riendas al encabritado caballo.

 La montura sin su jinete dio para  unas cuantas especulaciones. Incluso, "que el Diablo había cobrado la esperada venganza". El relincho del caballo se hacía cada vez más insistente mientras daba fuertes golpes al portón de gruesa madera que resistía cada brutal empeñón.

Dafne, al observar la agresiva actitud del caballo de su sobrino y aún con la montura puesta, pensó lo peor y, gritando el nombre de Ömer, repetidas veces, cayó de rodillas ante la curiosa vista de quienes estaban allí. Se agarró la cara con sus dos manos y se puso a llorar desconsoladamente, maldiciendo todo.

El animal no daba muestras de tranquilizarse. Uno de los espectadores se acercó un poco más y, con un balde lleno, le arrojó toda el agua en plena cabeza. Fue para peor, bufando iracundo, el equino  emprendió una desbocada carrera perdiéndose en la oscuridad. Algunos perros ladradores intentaron perseguirlo, desistiendo casi de inmediato.

Un niño gritó, indicando con su pequeño índice izquierdo hacia un lugar iluminado por la luz del alumbrado público. Todas las miradas se dirigieron hacia allí y una exclamación colectiva fue seguida por un corto silencio.

Es que no lo podían cree. Poco a poco se iba acercando el grupo de hombres con el cuerpo inerte de Ömer al hombro. La gente se santigüaba presurosa. Todos, mujeres y hombres decían lo mismo: "el Diablo había cobrado venganza". Se llevó derechito al infierno a quien, según doña Dafne, lo había matado y sacado los dientes de oro, de a uno por uno, a punta de alicate y martillo.

Pero, Pedro Pablo, que había llegado con el cortejo fúnebre, sabía muy bien que Ömer no había matado al perro negro. Guardó silencio y se acercó a doña Dafne para tratar de consolarla y llevarla adentro, a la botillería que permanecía abierta. 

Gente caritativa se encargó del difunto. Al padre de éste lo irían a buscar, temprano, al día siguiente en una carreta tirada por bueyes. Y así fue, pero al llegar...., Yusuf estaba tendido en el suelo... sin señales de vida ni de violencia por parte de terceros.

El caballo colorín, en su loca y desbocada carrera nocturna, había golpeado su pecho contra el troco de un robusto árbol que, al quebrarse, una de las astillas penetró muy profundamente en su pecho, partiéndole el corazón en dos.

A la semana siguiente, doña Dafne Rissit, fue llevada a un pueblo más grande para ser hospitalizada. Había dejado de hablar y de comer. Estaba muy mal. Muy mal.

Alguien tenía que hacerse cargo de la casa, aunque la botillería no se abriera más. Los vecinos se pusieron de acuerdo y decidieron darle esa responsabilidad a Pedro Pablo. Le pasaron un manojo de llaves y, él, en silencio aceptó, creyendo que muy pronto doña Dafne regresaría al pueblo.






DIENTE DE OROWhere stories live. Discover now