17 - 'Los dos justicieros'

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—Wow —suelta él, mirándome—. Nunca había visto tanta sang...

—¡NIÑO! —le chilla Albert—. ¡Céntrate!

Trev da un respingo y se apresura a correr al asiento trasero. Se queda un momento pasmado al ver las heridas de Jana. De hecho, el color desaparece de su cara. Pero hace de tripas corazón y se apresura a sujetarla en brazos para entrarla en casa.

Yo, por mi parte, vuelto a acercarme a Foster para pasarme su brazo bueno por encima del hombro. Esta vez está más pálido y tiene menos fuerza. Prácticamente tiene todo su peso apoyado sobre mí. Lo miro de reojo mientras subimos los escalones y una oleada de pánico me recorre el cuerpo cuando veo que las manchas negras empiezan a ascender por su cuello, tratando de llegar a su mandíbula.

Albert también debe verlo, porque acelera el paso para pasar por delante de nosotros y entra en casa a toda velocidad. Vienna está bajando las escaleras del vestíbulo cuando entro con Foster.

Lo bueno de Vienna es que no necesita preguntar. Lo único que hace es actuar. Y, cuando todos estemos bien, ya se encargará de regañarnos, insultarnos, apuñalarnos o lo que proceda.

—Déjala en el suelo —le ordena a Trev bruscamente.

Trev —que sospecho que le tiene algo de miedo— duda un momento antes de hacerlo, sujetando la cabeza de Jana con una mano para que no choque contra el suelo.

Vienna se quita el abrigo a toda velocidad, lo tira al suelo y sus brazos delgados quedan al descubierto. También tiene marcas de serpiente en ellos, enroscándose por sus muñecas, sus codos y sus hombros. Al agacharse junto a Jana, se le tensa la espalda y los tatuajes empiezan a moverse casi imperceptiblemente.

Apenas tarda dos segundos en ponerle una mano en la frente y girarse hacia Albert.

—Sangre —aclara con voz firme, de esa que no da pie a discusiones.

Albert sale corriendo al instante hacia la cocina y, mientras vuelve con una bolsa de sangre en la mano y se agacha junto a Jana para hacerle un agujero con los dientes y verterle la sangre en la boca —ante los ojos pasmados de Trev—, Vienna se acerca a nosotros.

Yo he sentado a Foster como he podido con la espalda apoyada en la pared. Está haciendo un esfuerzo por no mostrar el dolor que siente, pero el color negro ya le ha alcanzado la mandíbula y empieza a acercarse a su boca. Me giro hacia Vienna, que se ha quedado muy quieta.

—¡Date prisa, por favor! —le grito, histérica.

Pero Vienna no se mueve. De hecho, se queda mirando la herida un momento antes de girarse hacia mí con una expresión que lo dice todo sin necesidad de decir nada.

—Vamos —insisto, sin querer creérmelo.

—Lo siento —me dice en voz baja, apenada—. Yo no...

—¡Ayúdalo! —le grito, desesperada—. ¡Tenemos que sacarle la flecha y...!

—Vee, es obsidiana. Ya está en su sangre. No puedo hacer nada.

Me giro hacia Foster con los oídos zumbándome. Él tiene los ojos cerrados con fuerza y se le contrae un músculo de la mandíbula por el dolor.

Tiene que haber algo. Tiene que...

—Quizá yo pueda hacer algo.

Levanto la cabeza de golpe, al igual que Vienna. Barislav, el hechicero que he conocido hace una hora en casa de Ramson, acaba de entrar en la casa y observa el espectáculo como si fuera de lo más entretenido.

—No te metas en esto —le advierte Vienna.

—Me temo que no te lo ofrecía a ti, sino a nuestra querida Genevieve.

La reina de las espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora