17 - 'Los dos justicieros'

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—Genial —mi voz suena en modo pánico cuando asiento con la cabeza, como si fuera lo más normal del mundo—. ¿Y qué tal?

—Bueno, es raro.

—¿En serio?

—Sí, es decir, no es algo que te enseñen en la vida, ¿no? ¿Qué hacer cuando un vampiro loco te atraviesa el jodido brazo con una flecha de obsidiana?

—¿No hay líneas de emergencias vampiras?

—Lamentablemente, no. Y tampoco recuerdo que dijeran nada del tema en el colegio.

—En el mío tampoco —risita nerviosa.

—Tú nunca fuiste a la escuela —me recuerda con una mueca de dolor.

Dudo un momento, echándole una ojeada, antes de volver a girarme hacia delante.

—¿Cómo que nunca fui?

—Tus padres no tenían dinero para pagarte una escuela, Vee. Cuando nos conocimos, ni siquiera sabías leer o escribir. Un día, me pediste que te enseñara a escribir tu nombre. Solo tardaste dos horas en conseguirlo —suelta una risotada que creo que en cualquier otro momento habría sido orgullosa, pero ahora mismo está teñida de dolor—. Luego empezaste a querer leer. Y quisiste entender los libros que yo me pasaba el día leyendo. En un año, ya eras capaz de leer cualquier cosa de mi biblioteca.

Hay un momento de silencio. Mantengo la mirada clavada al frente, con las dos manos apretadas en el volante. Foster, a mi lado, se remueve con una mueca de dolor.

—Eso sí, odiabas los números —añade—. Intenté enseñarte algunos cálculos rápidos, pero el día que casi me estampaste una calculadora en la cara deduje que igual te gustaban más las letras y desistí.

—Eso suena como algo que haría —admito con una risa un poco histérica.

Lo miro a toda velocidad cuando toma una respiración profunda, removiéndose. Hay mucha sangre. Muchísima. Es como si la obsidiana le estuviera comiendo por dentro.

—No... no puede pasarte nada malo por una flecha, ¿no? —pregunto, intentando dejar de mirarlo y centrarme en la carretera—. Vienna te la quitará y ya está, ¿verdad?

Por su expresión, sé que la respuesta no es afirmativa pero aún así me mentirá para que no entre en pánico.

¿Cómo demonios puedo saber eso solo con echarle una ojeada?

—Claro que no —me asegura—. Yo estoy bien. Tú céntrate en llegar.

Y eso hago. Acelero un poco más y, cuando por fin diviso el camino de casa de Foster, suelto un suspiro de alivio. Me meto en él muy lentamente, intentando no chocar con los bordes de la valla, y finalmente consigo aparcar el dichoso coche en la entrada con un frenazo.

Casi empiezo a llorar de felicidad cuando veo a Albert saliendo de la casa a toda velocidad con cara de preocupación. Creo que ha olido la sangre.

—¿Qué ha pasado? —pregunta, bajando los escalones tan rápido como puede.

—¡Rowan, eso ha pasado! —espeto, histérica, saliendo del coche—. ¡Él era quien iba a buscar a los desaparecidos a sus casas para llevárselos!

Albert abre mucho los ojos, pasmado, pero su atención se desvía cuando ve a Foster saliendo del coche como puede.

—¡Foster! —nunca lo he oído tan preocupado—. ¿Eso es...?

—...una herida de obsidiana, sí. ¿Quieres una? Puedo arrancarme la flecha y clavártela para que no te sientas apartado.

Albert parece todavía más pasmado cuando ve a Jana inconsciente en el asiento trasero. Tarda dos segundos exactos en reaccionar y hacer un gesto frenético a Trev, que está en la puerta pero no lo he visto hasta ahora.

La reina de las espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora