—Tú también estás con mucha energía.

El sexo era diferente a lo que yo solía estar acostumbrado. Con Matías había más versatilidad, Francisco no tenía ese interés. Pero no era una experiencia que defraudara, que él aceptara mi voluntad no dejaba de ser excitante. Se dejaba guiar y no titubeaba ni dudaba, como mucho se reía.

Le quité la camisa para besar sus hombros, luego me entretuve con sus pezones antes de seguir bajando, sus manos estaban en mi cabello expresando el placer que sentía. Al llegar a su pantalón sentí la presión de sus dedos indicando su nivel de sensibilidad.

Me enderecé un poco para quitarle el resto de la ropa y empezar a hacer lo mismo con la mía mientras lo observaba completamente desnudo. Era delgado pero no una persona en forma, no tenía músculos marcados ni nada de eso, pero estaba mejor que yo, que ya tenía kilos de más. Con las puntas de sus dedos acarició mi cuerpo, en esos momentos lamentaba mi aspecto pero Francisco mostraba un gran anhelo por lo que ocurría convenciéndome un poco de que mi estado no le importaba.

Antes de seguir fui a buscar el lubricante, él esperó recostado en el sillón.

—¿Debería dejar un lubricante en cada habitación? —preguntó con picardía a mi regreso.

Me senté a su lado.

—Es tu casa, puedes hacer lo que quieras.

Al intentar cambiar su posición lo interrumpí.

—Acuéstate boca abajo.

Cuando estuvo cómodo abrí un poco sus piernas y, con la ayuda del lubricante, metí uno de mis dedos en él. Me dediqué a masajearlo suavemente por un largo rato. Francisco, con sus ojos cerrados, respiraba con pesadez disfrutando la atención. De a poco esa respiración se fue intensificando, su rostro reflejaba el placer que sentía, los pequeños gemidos eran continuos y sus manos apretaban con fuerza el sillón. Yo me concentraba en un punto suave dentro de él encantado con el espectáculo. Besé su espalda, su trasero, su nuca, mis labios iban y venían por su cuerpo.

—Ezeee —llamó con tono de queja.

Saqué mi mano para acomodarme sobre él. Volví a besar su nuca mientras acariciaba mi propio miembro antes de penetrarlo lentamente. Descubrí que no era un posición muy cómoda estando en el sillón, no había tanto lugar, pero la incomodidad no le ganaba a las sensaciones placenteras que también generaba.

—¿Te gusta? —cuestioné a su oído.

—Sí —respondió con dificultad.

Fui alternando el movimiento entre despacio y rápido, escuchando con atención sus gemidos, los cuales me volvían loco, hasta que tuve que detenerme para evitar acabar. Decidí usar esa pausa para cambiar de posición. Como si me leyera la mente, Francisco se dio vuelta en cuanto me separé de él.

—El sillón fue mala idea —comenté mientras levantaba sus piernas.

En realidad, en ese momento, la comodidad nos era indiferente. Mis palabras lo hicieron reír despreocupado, divertido. Volví a penetrarlo y él comenzó a masturbarse, cada tanto me detenía para colaborar o acariciar su cuerpo. Echó su cabeza hacia atrás y de su boca nacieron unos quejidos que indicaban que estaba cerca del límite. No hice más pausas, seguí con movimientos rápidos que lo llevaron a tensarse y a eyacular. La presión que sus músculos ejercieron sobre mi pene hicieron que poco después también sintiera el placer inigualable del orgasmo.

Al recuperarme un poco fui a la cocina a buscar servilletas de papel para él. A esa altura ya me manejaba con más confianza en su casa.

Cuando regresé seguía en el mismo sitio, tan relajado que parecía dormido. Sin intenciones de interrumpirlo, usé las servilletas para limpiar su abdomen y él se limitó a mirarme de reojo con una expresión de satisfacción. Sentí deseos de acariciar su rostro pero no parecía correcto después del sexo, también sentí que Francisco adivinaba el impulso que reprimía.

Oculto en SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora