Libro n°7 de la saga: "Improntas Quileutes."
"-Es exactamente igual a Paul, en cuanto a temperamento.
-A eso, yo le llamo: Karma, querida Lee."
👤 Leah Clearwater
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Bautista corría por el bosque, sentía que el aire frío golpeaba su cuerpo sin problemas y el olor del bosque se impregnaba en su nariz. Se sentía feliz, se sentía libre.
Bautista era una persona muy alegre, amable y muy atenta, pero, desde muy pequeño, sufría problemas con el control de la ira. Su primer encuentro con este sentimiento fue a sus 12 años, cuando un niño del otro salón dijo que su madre, Georgia, era una mujer fácil y que por eso su padre los abandonó. Tres días en el hospital estuvo el niño, y Bautista fue expulsado de la escuela.
Con el tiempo, esto fue en aumento, ya que su adolescencia comenzaba y con ella, su inestabilidad. Sus emociones contrariadas y sus ganas de matar a alguien, no eran buena compañía para una persona como él.
Paso tanto tiempo que no notó que estaba oscureciendo y que no sabía ni donde estaba parado. Estaba perdido, y lo último que haría era llamar a su madre, su orgullo no lo permitiría. Soltó un suspiro y comenzó a buscar su navaja del bolsillo, solía tenerla desde siempre, marcó un árbol para no confundirse y saber que estaría dando vueltas si volvía a ver la marca, y comenzó a caminar.
Llevaba alrededor de 50 minutos caminando, no sabia ni donde estaba parado, hasta creyó que estaría llegando a Canadá. Se paró más de una vez para revisar el panorama y verificar de que no estaba caminando en círculos. Bautista era bueno en excursiones, pues solía hacerlas con su abuelo materno cuando era pequeño, antes de que este falleciera.
El enojo comenzaba a inundar su ser, no encontraba la salida.
-¡Genial, Bautista!.-Se dijo así mismo, con rabia.-¿Por qué siempre haces cosas estúpidas?.-Pateó una roca con fuerza, soltando un alarido cuando su tobillo hizo un sonido raro.-¡No puede estar cada vez mejor!. -Dijo entre dientes, sentándose en el suelo, tocando su pie adolorido.
Oyó el crujir de unas hojas secas, alarmandolo. Se levantó rápidamente, olvidando el dolor en su pie izquierdo. Algo dentro de él se activó, su instinto de supervivencia. Sacó su navaja de su bolsillo trasero y la mantuvo en alto, sea lo que sea que estaba allí, no temeria en clavarle esa mini cosa afilada.
-¿Quién está ahí?.-Gritó el chico al oír que ese crujido era cada vez más cercano al lugar donde estaba.-¡Sal de ahí, Cobarde!. ¡Muéstrate!.
Lo que Bautista jamás pensó ver era una hermosa loba grisácea salir de la oscuridad de los árboles. Esta le gruñia y le mostraba sus afilados dientes. Bautista retrocedió unos dos pasos, sin bajar la navaja. Tragó saliva duramente cuando la hermosa criatura se acercaba a él a paso intimidante, su respiración se aceleró y su corazón parecía querer salirse de su pecho. Pensó en que sería su fin, por lo que no alargaría su trágico final.
