—¡Eres demasiado lento envasando estas mierdas! ¡No es mi culpa ser mejor que todos aquí!

Ah, apunte extra: Katsuki Bakugo tiene un ego que apenas si deja respirar a la gente a su alrededor.

—Bakugo, déjalo en paz —interviene otro.

Shouto Todoroki. Veinticinco años. Un heredero rico que estudió Química Farmacéutica en vez de Medicina para hacer enojar a su padre. Luego entró a trabajar con la competencia. Le hace regalos caros a todo el mundo (que su sueldo evidentemente no puede pagar) e insiste en ser amigo de Katsuki. No entiende el sarcasmo ni los dobles sentidos.

—¡No me digas qué hacer, niño rico!

Otro día en la oficina. Normal. Común y corriente. Nada emocionante ocurre. Izuku no despega los ojos de Katsuki y no cuestiona mucho por qué. Si lo hiciera, tendría que explicar por qué lleva semanas escribiendo poemas malos y cursis sobre su pelo rubio y sus ojos rojos.

—¡Parkour!

Denki Kaminari. Veinticinco años. Ingeniero eléctrico y otras cosas. Entra pisando sobre los escritorios, sillas o lo que sea que se interponga en su camino. Su concepción del parkour —llegar de un punto «A» a un punto «B» de la manera más creativa posible o algo así— sólo tiene sentido si uno de esos sitios es el hospital porque no ahorra tiempo pisando las sillas ni los escritorios y se cae con pasmosa facilidad. Sólo respeta las mesas donde trabajan los químicos, porque lo matarían si ensucia algo. Es un genio con cualquier aparato eléctrico o con cualquier circuito, así que se lo permiten todo.

Su maldición es que casi nunca nada se descompone. Con excepción de la impresora. Está condenado a arreglar una impresora por el resto de sus días mientras trabaje en Plus Ultra Vitaminas —que, viéndolo bien, no es exactamente la mejor empresa del mundo y está llena de prácticas cuestionables.

—Bueno, ¿y ahora qué?

—¡¿Ahora qué de qué?! —espeta Katsuki—. Sólo se descompuso.

—Siempre se te descompone a ti, Bakugo, empieza a ser sospechoso.

—Le pegó —acusa Todoroki—, repetidas veces.

Un teléfono suena a lo lejos.

Izuku está muy pendiente de la escena. Más que pendiente de la escena, está pendiente de las manos de Katsuki. Nunca se había fijado en lo suaves que parecen. Quizá pueda escribir un poema sobre sus manos. También preguntarle qué crema usa porque, en serio, demasiado suaves.

No oye lo que dice Kaminari sobre la impresora, pero la abre y empieza a revisarla.

El teléfono sigue sonando.

—Bakugo, esto necesita un repuesto; golpeas demasiado fuerte.

—¡Pues ponle el chingado repuesto!

—Eso cuesta y tengo que verlo con contabilidad y...

—¿Oí que alguien mencionó dinero?

Ochako Uraraka. Veintiocho años. Contadora. Cabeza del equipo financiero. Es la mejor amiga de Izuku, así como también su confidente. Es increíblemente tacaña y ahorradora en lo que respecta a material de oficina, por lo que los jefes la adoran. Por lo demás, sólo le gusta derrochar el dinero ajeno.

—Eh. —Katsuki parece quedarse sin palabras. No es que Ochako lo asuste, pero la respeta. Sobre todo porque puede hacerle mil deducciones a su sueldo si rompe cosas que hay que reemplazar—. Se descompuso la impresora.

—¿Se descompuso solita o volviste a usarla de saco de boxeo?

No es que a Izuku le importe el destino de la impresora del demonio, pero los dedos de Katsuki son interesantes y si se concentra en ellos lo suficiente puede evitar pensar sobre por qué no puede quitarle los ojos de encima a su compañero de trabajo.

Micrófono abierto [Katsudeku/Bakudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora