Desde el lago (Prólogo)

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Me llamo Sam, Sam Sturman. Y esta es mi historia.

Todo empezó en el momento en que mi primer día de instituto me llevó a conocer a la chica más bella, simpática, divertida, atractiva, cariñosa, amable e inteligente que podáis imaginar (y aún me he quedado corto). Tenía el pelo castaño, largo y ondulado cayéndole por encima de los hombros. Ojos marrones de preciosa mirada, nariz pequeña y labios más finos que gruesos. La primera vez que la vi iba vestida con unos pantalones de pana azul oscuro y un jersey del mismo color. Todo aquello, sumado a que se sentó al lado mío (dado que era el único sitio libre en toda la clase) y oír su dulce voz al presentarse, dirigiéndose a mí (no podía ser, ¡hasta su voz era perfecta!)..., fue demasiado. Tanto, que fue decir mi nombre y desplomarme sobre mi pupitre. Lo sé, tengo ciertos problemas en lo que a habilidades sociales se refiere. Y además, tenía sólo once años.

Total, que resulta que Remy (que era como se llamaba la chica) y yo estuvimos varios días sentándonos juntos, e incluso a veces uno de los dos acompañaba al otro hasta su casa, nos quedábamos charlando en el parque al lado del instituto... Prácticamente de la noche a la mañana, los dos nos habíamos hecho casi inseparables.

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