—Yo sabía —volvió a hablar— que andaba en algo raro pero no quise confirmar nada.

—No entiendo de qué hablas.

—Mi esposa...

Eso me tomó por sorpresa, jamás lo escuché quejarse de Rebeca.

—El celular estaba ahí —empezó a narrar—, los mensajes llegaban y llegaban. Hace rato ella tenía cuidado de no dejarlo solo. Uno se da cuenta de esas cosas. Me acerqué y con lo que vi quedó todo claro. Cuando vino a buscar el celular le avisé que le estaban enviando mensajes, que no se olvide que tiene que encontrarse con ese otro el lunes.

No siguió.

—¿Pelearon?

Negó con la cabeza.

—Me fui.

Estaba tranquilo mientras hablaba y cuando terminó el cigarrillo se acostó en el suelo.

—Y yo pagando un viaje para nuestro aniversario que me salió una fortuna. Soy un idiota, el de la agencia me ofreció un seguro de cancelación y le dije que no.

Quedamos otro rato en silencio. Su matrimonio siempre había sido muy perfecto, Rebeca era muy perfecta, a Vicente le obsesionaba como lo veían las personas que lo rodeaban. Su trabajo se lo demandaba, según él. Seguí fumando preocupado, aunque a veces me sacaba de quicio no quería verlo en problemas o sufriendo. Al terminar me levanté.

—Ya veo que viniste con intenciones de dormir aquí.

—Para eso eres mi amigo y no digas que no soy tu amigo —advirtió.

—Necesitas nuevos amigos.

—Serás desgraciado.

Lo empujé con el pie para que también se levantara.

No me gustaba tener gente en casa pero era una situación en la que no podía echarlo ni ignorarlo. Le di ropa y mantas para que se acomodara en el sillón antes de volver a intentar dormir. Algo que pude hacer por un par de horas y nada más.

Por la mañana nos sentamos en la mesa de la cocina para desayunar, Vicente se veía terrible después del alcohol y el sueño incómodo. Su expresión ya era más grave, pero su personalidad lo dominaba y cuando serví café y tostadas se quejó como si no tuviera cosas más importantes por las cuales preocuparse.

—¿Solo pan? Yo sé lo que ganas.

—No lo comas si no lo quieres.

Pero lo comió y no volvió a fijarse en el sencillo desayuno.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—Nada. —Tomó su café pensativo—. Yo soy hijo de padres divorciados y no quiero eso para mis hijas.

—Lo tomas con calma —señalé extrañado.

Suspiró dándome la razón. A pesar de la mala noche y el evidente desánimo, no estaba destrozado ni enfurecido como otra persona lo estaría en su lugar.

—Siempre estoy ocupado con algo, no puedo pretender tanta devoción de parte de ella. Era obvio que iría a buscar a otro lado lo que no tiene conmigo. Así somos todos, es parte de ser humano.

Su frase trajo a mi mente a Francisco.

—¿Entonces no crees que está mal lo que hizo?

—Yo... —pensó debatiéndose— sería muy egoísta si la acusara de algo porque tampoco hice nada para evitarlo.

Su respuesta no me ayudaba. Tuve el impulso de hacer más preguntas al respecto pero sentí que mostrar un interés tan puntual podría exponerme.

—Tu casa se ve diferente —comentó cambiando de tema.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now