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Los hospitales se volvieron un lugar al que Luna no quería volver nunca más, pies le recordaba las noches sin dormir que pasaba allí cuidando a su madre.

Una tarde, llegó del colegio con un extraño pinchazo en el corazón, como si algo malo fuera a suceder. Sus ojos se cristalizaron al ver a su madre casi desvanecerse

—¡Mamá! —gritó, asustando a las enfermeras mientras corría hacia ella.

—Jurame... que serás... una buena chica —habló con dificultad.

—No te mueras mamá... No se que haré sin ti —susurró.

—Serás... una gran mujer... estas destinada a hacer grandes cosas —susupiró— Por favor... no le guardes rencor a tu padre.

—Mamá... te amo.

—Te amo —susurró la mujer.

Y así, la madre de Luna paso a otra vida para estar más tranquila.

Y la chica supo que su padre tenía la culpa de eso.

<◇><◇><◇>

Luna manejaba en completo silencio por la carretera, se dirigía a la Iglesia para darle el pésame a las madres de los muchachos. El tranquilo ambiente fue cortado de manera abrupta por el sonido de una llamada de Stefan.

—Hola cielo —contestó después de presionar el botón del tablero.

Hola amor —respondió.

—¿Pasó algo? —preguntó preocupada.

Mis papás están muy felices después de la cena de anoche —se escuchaba feliz la voz de Stefan al otro lado de la línea.

—Obviamente, si soy irresistiblemente encantadora —bromeó la chica deteniendo el auto.

¿Dónde estás? —inquirió el muchacho.

—En la Iglesia, murieron Arturo y Rafael anoche —murmuró tomando su bolso y los dos ramos de flores— Voy a darle el pésame a sus madres.

De acuerdo ¿Te espero para almorzar?

—Te avisaré cuando salga, nos vemos —cortó la llamada.

Luna bajó del auto y caminó con parsimonia por el pasillo de la Iglesia. Todos los presentes lloraban, lamentandose las muertes de los pobres muchachos.

Dejó los dos ramos de flores sobre los cajones, le dio el pésame a las madres y se sentó al fondo de la capilla a escuchar el sermón del párroco, el cual era un anciano de casi ochenta años.

—Ellos eran dos almas buenas y caritativas, su deceso fue algo sorpresivo e injusto por la forma en la que sucedió —comenzó el anciano.

Luna ahogó una risa sarcástica y se mordió lengua para evitar soltar cualquier comentario ácido hacia los cadáveres. Ellos eran todo menos personas buenas y caritativas.

Esos dos le habían hecho la vida de cuadritos cuando eran niños, diciendole que era tan gorda que nunca iba a conseguir novio, pero la realidad es que las palabras duelen más que las acciones, y ella prefería mil veces una golpiza de su padre que las crueles burlas de ellos.

En ese momento recordó a su madre, María. La extrañaba mucho y quizás no le vendría mal ir, aunque sea unos minutos, al cementerio a dejarle flores y visitarla.

—Les pedimos que descansen en paz: En el nombre del padre, del hijo y del espíritu Santo —hizo la señal de la Cruz el párroco.

—Amén —se escuchó colectivamente en toda la Iglesia.

Luna salió del edificio y subió a su auto en completo silencio. Encendió el motor y manejó hasta el panteón, dejando atrás a la multitud de gente que acompañaba los cajones que salían de la Iglesia.

<♡><♡><♡>

Caminó en silencio por los pasillos del silencioso cementerio. Era una situación irónica: mató a cuatro personas y ahora estaba en un panteón para visitar a su difunta madre.

Al estar frente al nicho de su madre, colocó las flores en el jarrón de éste y acaricio con delicadeza la placa de bronce con su nombre inscrito.

"María Di'Donatto de Varas.

Amada esposa, madre e hija.

21/6/1970 - 17/10/2010"

—Hola mamá —sonrió con la voz quebrada— Pasaron casi diez años desde la última vez que vine —sintió una lágrima correr por su mejilla— Me convertí en una escritora famosa y me estoy por casar con Stéfano. Es dueño de una finca familiar y nos conocimos en un evento de caridad a los que asistí.

Más lágrimas corrieron por sus mejillas como si fueran gotas de lluvia. Con las manos temblorosas, apretó la manga de su suéter, secó sus lágrimas y sorbió su nariz.

—Pagué la deuda de papá y me estoy vengando de todos los que me hicieron daño —susurró— Se que tu querías que hiciera las cosas bien y no viviera con rencor, pero no puedo. Lo he intentando y no soy tan fuerte como tu pensabas.

Apoyó su cabeza contra el mármol del nicho y soltó un suspiro entrecortado. La extrañaba y la necesitaba, ahora más que nunca.

—¿Luna? —preguntó un muchacho detrás de ella.

La chica se volteó lentamente y frunció el ceño confundida. Era un muchacho bajo, delgado y de cabello negro. La miraba con curiosidad y felicidad.

—¿Te conozco? —inquirió confundida.

—Soy Michael, Michael Black. Éramos mejores amigos en la secundaria —explicó.

En ese momento el mundo de la escritora se vino abajo.

—Yo no te conozco, te debes estar confundido —se cruzó de brazos.

—Sigues siendo igual de rencorosa que hace diez años atrás —sonrió con la mirada entristecida.

—Ya te dije que yo no te conozco —escupió dándose vuelta y caminando lejos de él.

—Iker Burgos te envía saludos —habló, dejándola helada.

—Yo no se de quien me hablas.

—Creo que si sabes —se cruzó de brazos.

—Te diré lo mismo que les dije hace diez años, váyanse al infierno.

Salió del panteón en completo silencio y a paso apresurado. Subió a su auto y trancó las puertas al ver que el muchacho se acercaba al vehículo. Encendió el motor y comenzó a conducir lejos de ese lugar.

La vida la odiaba.

De eso estaba segura.

De eso estaba segura

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Blood In The WaterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora