Epílogo

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El cuerpo le dolía al estar tumbada en el colchón por seis días seguidos, sin querer casi moverse. Tenía hambre, pero no podía comer, la barriga le rugía. Los ojos estaban hinchados y el polvo que entraba por la rendija de la ventana se posaba en su cuerpo, como si ella fuera un objeto inmaterial.

El pelo se ensució y la ropa que traía consigo, también. El colchón estaba hundido por culpa del peso y mojado por las lágrimas.

Sentía que estaba muerta.

Y es que nada tenía sentido si seguía así.

___ se despertó sobresaltada, jadeando un poco por la pesadilla. O más bien, por el recuerdo. Parpadeó un par de veces y por fin entró en cordura cuando vio la habitación, no seguía en Westview. El brazo de Wanda la estaba rodeando, atrayéndola a ella en sueños. Una claridad suave las rozaba a través de la ventana y la rubia intentó calmarse.

—¿Otra pesadilla? —preguntó Wanda con voz dormida.

—Sí, pero no te preocupes, sigue durmiendo.

Wanda apoyó la palma de su mano en el pecho de ___ para comprobar y notó el corazón acelerado. Se acercó un poco y le dio unos besitos en la nuca para tranquilizarla. Luego la arropó con el edredón, hacía frío y seguramente sería temprano.

—Duerme un poco más, ratita.

—Está bien, no te preocupes —le repitió, sabiendo que Wanda se interesaba demasiado por su bienestar.

Ambas cerraron de nuevo los ojos y se acurrucaron bajo las mantas. En Noruega hacía mucho frío, y era la excusa perfecta para estar juntas en la cama.

...

Llevaban más de dos meses viviendo en ese recóndito paraje. El pueblo estaba a más de cinco horas, por lo que no iban demasiado, tal vez dos veces al mes. Wanda podía volar con sus poderes pero igualmente era un gasto de energía innecesario, así que decidieron confeccionar algunas cosas ellas mismas para no tener que ir al pueblo cada dos por tres.

El lugar era magnífico. Estaban en un claro, rodeado de árboles verdes y frente a un lago de agua helada y cristalina. Era raro que lloviera pero siempre hacía frío, y a veces veían a los peces saltar del agua, principalmente truchas y salmones.

Wanda estaba afuera, dándole de comer a unos pollitos que estaban criando. Les dio semillas y fueron como locos a picotear el suelo. Ella sonrió en paz y fue a recoger de un árbol que disponían ciruelas maduras.

___ se encargaba de tejer. Toda la ropa que tenían la había hecho ella con lana y tejidos que pudieron encontrar en el pueblo. Era suave y calentita, procuraba que lo fuera. De hecho, ahora estaba estirando lana recién lavada afuera de la casita para que se secara y pudiera continuar con algo especial que hacía para Wanda.

Ambas estaban tan ocupadas que no pensaban en otra cosa. Ser autosuficientes tenía mucho trabajo y cuando caía el sol estaban tan cansadas que solo querían dormir. Aunque era el único momento que temían. Los sueños podían ser muy traicioneros.

Wanda transportó las ciruelas con ayuda de su magia. Vio a ___ cuando llegaba a la casita. Ella también llevaba cosas en una cesta, aunque prefirió cargarla ella misma. La lana seca parecía mullida y calentita.

—Pareces una princesa Disney —le dijo nada más encontrarse— solo tienes que cantar para que se te acerquen los pájaros.

—Podría pasar —sonrió ampliamente mientras entraban a la casa.

___ era una bruja de canto. Se lo explicó a Wanda nada más se lo preguntó: su voz atraía a la gente hacia ella. Pero no le gustaba usar ese poder, ya que no era genuino.

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