Capítulo 27

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Nos miramos fijamente durante un par de segundos. A su izquierda estaban los mismos chicos del día anterior, recargados contra la corteza de un árbol. Me observaron también, enarcando las cejas, cruzando los brazos. Ninguno de ellos se movió al principio.

Me paralicé, consumido por la ansiedad. Joel sonrió a medias, balanceando de un lado a otro el palo de madera que cargaba en las manos con tanta amenaza. Tragué saliva, mi respiración se agitó de forma discreta. No era capaz de pensar adecuadamente ante la situación, pues no me sentía seguro en lo absoluto.

Miedo, ansiedad, pero sobre todo inquietud. Y ni siquiera era por mí. Áureo acababa de pasar por este mismo camino para volver a su casa. Tuvo que cruzarse con Joel si no se desvió, lo que era sumamente preocupante.

No me atreví a preguntar por él, pues temía que la respuesta fuera espantosa. Yo no estaba dispuesto a escuchar que lo habían atacado de nuevo cuando apenas y podía moverse por la violencia del día anterior. Quizás estaría mejor si lo descubriera por mi cuenta.

—¿Te quedaste con ganas de más, jotito? —Me preguntó, arrugando la nariz y curvando los labios aún más.

Permanecí callado, bajando un poco la mirada y apretando los puños. Joel golpeaba el suelo con suavidad, movía el pie de arriba abajo, impaciente y extasiado. Dio un par de pasos al frente, usando aquel palo como falso bastón. Fui incapaz de moverme a causa de la parálisis y el bloqueo de mi mente.

Los otros dos sujetos se enderezaron y caminaron lentamente detrás de él, no tan interesados en lo que acontecía frente a ellos. Eran simplemente el respaldo por si las cosas no salían tan bien. Podían callarme fácilmente con sus jaloneos, golpes y patadas, solo tenían que esperar a que yo me rebelara.

Joel terminó a tan solo un metro de mí, observándome con desafío y superioridad. Mantuve mis ojos fijos en los suyos, todavía sin alzar el rostro por completo. Aquella mirada seria y furtiva que le lancé no le gustó en lo absoluto, pues si bien no lo estaba desafiando ni menospreciando, sí que le mostraba parte del odio que le tenía.

Supo deshacerse de aquello fácilmente, pues de un ágil movimiento me tomó del cabello y comenzó a jalonearme.

—No me mires así, pendejo. —No se detuvo mientras habló.

Sostuve su muñeca con ambas manos, esperando reducir parte del dolor de mi cabeza. Apreté los párpados y los dientes, pero de mi boca no salió ninguna queja ni palabra. No iba a darle el gusto de escucharme sufriendo.

Nada de ruidos, Franco. Si necesitas respirar fuerte para que duela menos, hazlo. Pero no dejes que sepa que te lastima.

Quizás mi silencio también aumentaría su enojo, principalmente por la falta de costumbre. Pero, aunque mi cuerpo manifestara lo contrario, en mi mente solo había satisfacción. Hacer enojar a Joel era relativamente fácil, por eso mantuve mi postura con firmeza.

Le clavé las uñas en la muñeca con la mayor fuerza posible. Sentí hasta cómo se encarnaron en su piel y esta se humedeció de sudor y sangre. Él no era inmune al dolor y por eso se libró pronto de mí. Me dio con la punta del palo en el estómago, logrando que retrocediera. Caí directo al piso, doblegado y con ambas manos cubriéndome la parte que acababa de golpear.

Jadeé con la boca abierta a causa del sofoco, pero hice un esfuerzo muy grande para no permitir que mi voz emergiera. Tuve que apoyar uno de mis brazos contra la tierra y enterrar los dedos en ella para soportarlo. Estar en silencio era realmente difícil.

—¿Por qué te callas? —habló de nuevo. Sí, se estaba molestando.

Aprovechó mi posición para pegarme otra vez, solo que en la espalda. El brazo que cargaba con mi cuerpo se doblegó al instante, causando que me golpeara la cara contra la tierra desnivelada. Solté solo una pequeñísima queja que ni siquiera todo el esfuerzo del mundo logró contener. Joel y los otros sujetos se rieron con diversión.

El aroma a lavanda [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora