Capítulo 23 | A flor de piel

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Enlil.— ¿Ya? Habéis sido más prestos que el recepcionista. ¿Dónde está Acali?

Marneus.— Bajará en un rato, creo que iba a ducharse.

Incluso con el enfado que sentía hacia su compañera, y a pesar de que se había dado cuenta hace tiempo de la innata simpatía que parecía vincular a las criaturas de Aire con Acali, no podía evitar que le recorriera por las venas ese extraño instinto de protección que sentía por ella. No entendía a qué venía ese continuo interés por la mujer Fuego, pero no le agradaba en absoluto y aquella actitud demasiado atenta que tenía ese ser por Acalima, hacía que se dispararan todas sus alarmas.

Enlil.— Es halagador que quiera arreglarse para nosotros, pero ya estaba guapísima sin más esfuerzos.

Marneus miró a Enlil con cara de pocos amigos. No le hacía falta que le explicara cómo era la mujer que compartía su dormitorio porque lo sabía a la perfección y tampoco le gustaba que lo hiciera.

Marneus.— Será mejor para ti que no te fijes tanto.

Enlil.— ¿Acaso eso es posible?

Incómodo por el rumbo que estaba tomando la conversación, concentró la atención en los de su raza. Todavía seguían en el mostrador de recepción hablando con el empleado del hotel. Sus rasgos mostraban indicios de problemas así que agudizó el oído para conocer la causa del enojo.

Al parecer sólo había una habitación disponible en todo el complejo, lo que dejaba a los cuatro en una situación comprometida.

Marneus.— Si me disculpas.

Dejando a Enlil solo en mitad del hall, caminó hacia sus familiares para intentar resolver aquella situación peliaguda.

Por su parte, Enlil se dirigió hacia la escalera que conducía a las habitaciones. Realmente le daba lo mismo lo que ocurriera con la distribución de la única habitación que había disponible. A él no le importaba dormir una noche a la intemperie por mucho que estuviera lloviendo, estaba acostumbrado a hacerlo en Aire. En realidad, los confortables lechos en los que había descansado estos siete noches, eran un lujo del que había carecido toda su vida. Lo que realmente le preocupaba era la presión que sentía en el pecho y sabía que nada tenía que ver con su estado físico. En las raras ocasiones que se había topado con energías de ese tipo, no era tan agradable tener el don con el que habían sido dotados los seres de su elemento. El dolor, el sufrimiento, la tristeza de quien lo padecía pasaban a formar parte de su ser hasta que estos amainaban. Afortunadamente para él, sabía lidiar bien con las emociones.

Cuando estuvo enfrente de la puerta de la habitación de Acali y Marneus, llamó con un suave golpe.

Acali.— Puede volver a llevárselo a cocinas, ya no tenemos apetito.

Enlil.— En realidad el servicio de habitaciones vino cuando vosotros... En fin, hace rato que Erie despachó al camarero que venía con el carrito. Soy Enlil, ¿me abres la puerta?

Acali.— Me voy a vestir, enseguida salgo.

Enlil.— Lo sé, lo sé, he pensado que a lo mejor necesitarías ayuda.

Acali.— Hoy no tengo ganas de recibir ayuda.

Enlil.— También lo sé, pero no me refería a esa clase de ayuda. ¿Puedes abrir la puerta? Me encantaría disfrutar de tu compañía.

Tras unos segundos de duda y secarse el rostro, envuelta en una toalla, abrió la puerta. Aquella tarde no había disfrutado de su acostumbrado tiempo de higiene personal, no tenía ganas de agua ni en la ducha, suficiente había tenido con la que se había escapado de sus ojos.

Una gota entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora