Paciente cero

100 13 0
                                    

Un hombre se encontraba caminando a su casa a paso lento, sostenía una mochila bastante llena, tenía una cara de completo aburrimiento. Al llegar abrió lentamente la puerta, mostrando el interior de la misma.

Un pequeño sillón para una persona, en el cual arrojó su mochila; un televisor que estaba justo enfrente, que tenía el cristal ligeramente roto; una mesa con una silla, una vitrina donde se encontraban unos cuantos platos, vasos, cucharas, cuchillos, etc.

En la segunda habitación solo había una cama, un espejo y un pequeño mueble en donde guardaba su ropa, justo al lado contrario a la cama estaba construido un pequeño baño.

La tercera y última habitación estaba dividida para tres cosas: Cocinar, lavar la ropa y un espacio reservado para una computadora.

El nombre de ese hombre era Jair, tenía un trabajo estable, una vida común y corriente, jamás hizo algo que pudiera hacerle resaltar sobre otros, simplemente un hombre más del montón, hasta ese día.

Jair se arrojó a su cama para descansar, ahora tenía tiempo de sobra para eso.

Justo ese día lo despidieron de su trabajo, parece ser que la empresa perdió algunos clientes, eso ocasionó que hicieran recorte de personal, no sabía que tomaron en cuenta para despedir, solo sabía que él no era tan necesario para que le dejaran quedarse.

Pasaron las horas y Jair seguía acostado, pero el hambre lo hizo levantarse.

Fue a su, muy pequeña, cocina, aún había algo de comida que preparó esa misma mañana, y como regresó antes de lo planeado no estaba tan fría.

Sin calentarla comenzó a comer mientras se preguntaba por qué no sentía nada por ese despido.

«En este momento creo que debería sentir tristeza o rencor o enfado, no lo sé, pero simplemente no siento nada, no hay diferencia a cuando volvía del trabajo cada día»

Terminó de comer, ya era algo tarde, tenía planeado dormir hasta que se cansara de la cama, pero no fue posible, ya que escuchó como llamaron a su puerta.

—¿Me van a robar? —preguntó en voz alta.

Jair era demasiado negativo la mayor parte del tiempo, por suerte era igual de desinteresado, así que nunca le afectó.

Del otro lado de la puerta hubo un silencio un poco largo, hasta que una voz habló.

—Yo no creo que alguien que vaya a robar toque la puerta.

Jair procesó esa respuesta un segundo.

—Bueno, nunca me han robado, así que no lo sé.

Finalmente se decidió a abrir la puerta, mostrando al dueño de aquella voz.

Un hombre de unos 40 años, de 1.80 aproximadamente, pelo negro, completamente rasurado y bien vestido. Junto a él se encontraba otro hombre, de unos 30 años, del mismo tamaño, pelo negro, con una barba muy bien cuidada y vestimenta casual.

—Esto es repentino, pero quisiera que nos permitirás pasar —dijo el mayor—. Necesitamos hablar contigo.

Jair aceptó, incluso pensado que ellos aún podían ser un peligro no le importó en lo más mínimo que entrarán. Por desgracia en la sala solo había dos lugares para sentarse, así que Jair acercó la silla al sillón y él se quedó parado.

—Muchas gracias —dijo el más joven, después de aceptar la silla.

—Bueno, no tengo nada que ofrecerles para beber —Les mencionó Jair—, así que creo que con eso lo compenso.

Ambos hombres se miraron y después lo voltearon a ver. Nuevamente el mayor de ellos tomó la palabra.

—Estamos al tanto de tu situación y lo lamentamos, pero venimos aquí para darte una oportunidad.

La nueva "Humanidad"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora