Un ángel, tal vez. A Olivia le cayó bien de inmediato. Notó que Río, Calvin y Cer comenzaban a pensar lo mismo porque ya no estaban tensos.

—¿De dónde saliste? —cuestionó Cer que era la que había estado montado guardia, había desenfundado una daga y puesto de pie.

Ella observaba con fiera fijeza al invasor al momento que Río guardaba en su mochila los ungüentos y Calvin fruncía el sueño. Él observó el mapa con nerviosismo y lo giró en varias direcciones, Olivia no comprendía por qué estaba tan asustado. Quería ayudar a Calvin a calmarse. Se incorporó del suelo, abandonando la carpa sobre la que estaba inclinada, agitó de su vestido las hojas silvestres y miró al hombre, esperando una respuesta a la pregunta que había formulado Cer.

—Vengo de Santuario, de ahí salí y allí es donde quiero llevarlos. Sí, señor.

—Pero se supone que faltan unas tres horas para Santuario de Viajeros —protestó Calvin, sin embargo, plegó el mapa y lo guardó en su pantalón, como si ya no fuera de importancia discutir eso.

No, pensó Olivia, no tenía importancia.

Estaba entrando en confianza, Calvin era como ella, sabía leer a las personas e intuía que Sillo Oripmav venía con buenas intenciones. A protegerlos. Era un alma noble y entre almas de seres luminosos se entendían.

—Pues tuviste que haber venido antes —Río soltó una risilla y cerró la cremallera de su mochila donde había guardado los ungüentos—. Porque tuvimos un día largo y estamos cansados de viajar. Nos vendría bien un santuario.

—Estamos cansados, pero no desechos —añadió Kaldor cruzándose de brazos, caminando hasta Río y pisando su mochila para que no la alzara del suelo—. No necesitamos un santuario. Descansamos lo suficiente ¡Los dejé dormir todo el día! ¡Ahora seguiremos caminando!

El hombre levantó su dedo índice, mostrando que quería decir algo importante, se movía tan poco que el farol no se tambaleaba sobre su calva.

—¿Puedo preguntar cómo llegaron vivos hasta aquí? —inquirió amablemente—. Nadie pasa en estas tierras hace doce años. La última vez fue alguien que...

—No nos atacó nada ¿Por qué lo dices? —respondió Calvin, interrumpiéndolo—. ¿Qué se esconde en los árboles?

—Entre los árboles solo hay cadáveres, hijo —respondió Oripmav consternado.

—Nosotros no los vimos, alma de la fiesta —lo cortó hostilmente Kaldor.

Sillo Oripmav asintió con paciencia, como si estuviera acostumbrado a viajeros adversos, aferró con ambas manos el mango de su paraguas avivado y miró a cada uno:

—Son los mismos árboles los que se encargan de sembrar cadáveres, es comprensible que no los hayan visto porque las raíces los cubren. Se nutren de ellos. Esas criaturas de ramas son muy desfavorables.

Olivia recordaba el camino sembrado de raíces tan altas como sillas, la idea se haber trepado sobre tumbas le revolvió el estómago y la hizo sentir sumamente desprotegida. Los desamparados como ella deberían ir a Santuarios, así como las aves migran a diferentes tierras y las semillas resisten el invierno, ella debería acudir a ese Santuario a como diera lugar.

—Pues se veían muy quietos para mí —observó Cer, que había enfundado su cuchillo—. Los árboles no representaron una amenaza. Solo cambió el clima.

El hombre abrió los ojos, notando su aspecto por primera vez, se aproximó hacia ella y la encandiló con su luz.

—Eso debe ser porque viajaba una dríada entre ellos, reina de la naturaleza.

Tu muerte de abrilWhere stories live. Discover now