- Christian, ¿por qué no vienes con nosotros? ¡Vamos a pasarlo muy bien!

- Gracias Mia pero no pinto nada allí. ¿Se te ha olvidado ya que yo no he ido al campamento?

- ¿Y qué más da? Tú eres sin duda el mejor de todos los marineros que vaya a haber allí. ¡Vente, vente, por favor, vente! Podemos ir juntos en el equipo, ganaremos seguro.

- No insistas Mia –interrumpió Grace, salvadora, como siempre. – Mañana nos contaréis qué tal ha ido. Olsen os estará esperando para traeros a casa. ¡Portaros bien!

- Vaaaale. ¡Elliot! ¡Baja que vamos a llegar tarde!

Elliot salió de su habitación con la misma gorra y la misma camiseta que Mia.

- No te preocupes hermanita, yo iré contigo en el equipo.

- ¡Ni lo sueñes! Las arapahoe no necesitamos tu ayuda.

Y así, entre bromas que sólo ellos entendían, salieron por delante de nosotros en dirección al sendero de grava donde les esperaba Olsen con el coche en marcha. Grace y yo esperábamos en la puerta a que llegara Carrick cuando su teléfono sonó.

- ¿Sí? … ¡Hola querida! … Sí, vamos los dos. Y también Christian, pero ya sabes que a él no le gusta cenar con nosotros. … Sí, que le preparen algo. … ¿De verdad? ¡Se va a poner contentísimo! Ahora mismo se lo digo. … Hasta luego.

El coche negro se acercaba levantando pequeñas piedrecitas del sendero.

- Arriba, chicos –dijo Carrick.

- ¿Chicos? Hubo un tiempo en el que yo era tu princesa, querido mío –le reprendió Grace.

- Tú siempre serás mi princesa, Grace. La más bella princesa de todos los reinos. Y la reina de mi corazón.

Siempre me sorprendía el amor que mis padres adoptivos se profesaban. Como si el tiempo no pasara por ellos, como si no hicieran mella las discusiones, las dificultades, los obstáculos. Su relación era tan sincera y transparente que, por muy cursi que me pareciera, parecía sacada de un cuento. Subí en el asiento de atrás mirando hacia otro lado mientras se besuqueaban. Cuando Carrick arrancó el coche Grace recordó algo.

- Christian, por cierto, acaba de decirme Elena que el señor Lincoln ha comprado una mesa de billar nueva, y que llegó esta mañana. ¡Estás a tiempo de estrenarla esta noche hijo!

- No es necesario Grace, he cogido un libro. Además, no sé jugar.

- Oh, no te preocupes. La cena estará llena de grandes jugadores de billar. Alguno te enseñará. Ya verás lo divertido que es.

Llegamos a la puerta de la casa de los señores Lincoln cuando la noche había caído del todo sobre Seattle. Vivían cerca de nuestra casa, en una construcción de ladrillo y cemento vivo que se levantaba en forma de cubos concéntricos en lo alto de una colina. Alrededor se extendía un jardín de pinos que por un lado llegaba hasta el lago, y por el otro se perdían en un bosque que parecía terminar directamente en la falda del monte Olimpia. Dos enormes farolas flanqueaban la puerta de la entrada e iluminaban los dos elegantes escalones que conducían a la vivienda. Antes de que Grace tuviera tiempo de llamar al timbre escuché el sonido de unos tacones y la puerta se abrió. Elena apareció como flotando del interior de la casa. ¿Cómo era posible que alguien que sonaba tan firme pudiera flotar?

- ¡Grace querida! Carrick. Bienvenidos, por favor, pasad.

- Hola Elena. ¡Estás radiante!

- Eres todo un caballero Carrick, pero es mérito de tu mujer y sus trucos de belleza.

El origen de GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora