Capítulo 10

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La lluvia cayendo con fuerza no me impedía distinguir el sudor que se deslizaba a chorros por todo mi cuerpo

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La lluvia cayendo con fuerza no me impedía distinguir el sudor que se deslizaba a chorros por todo mi cuerpo. Mi playera estaba empapada y no me alcanzaba el aire. Detenernos estaba prohibido.

—¡¿Hasta cuándo me sentiré más orgulloso de las chicas que llegan aquí que de los varones?! —rugió el comandante.

Me tiré al suelo, con un rifle envuelto entre mis brazos, y a rastras me abrí paso entre el lodazal.

—¡Más rápido, Zanahoria! —me gritó el mismo hombre.

Opté por embotar los oídos ante ese degradante comentario y preferí concentrarme en el resto de sus palabras: aumentar mi agilidad. El lodo me raspó los codos y me salpicó en el rostro, obligándome a cerrar los ojos.

—¿Aplicamos para la academia policíal o para la militar? —me comentó en modo de queja el compañero a mi lado, cuando volvimos a ponernos en pie.

—«Es mejor que sobre y no que falte». ¿No es eso lo que dicen? —contesté, jadeante y apenas consciente de lo que él dijo.

—¡Menos charla y más acción, holgazanes!

Claro, debido a que era yo, llegué a arrepentirme de mis palabras: eso apenas era el comienzo. El entrenamiento se hizo cada vez más duro y a medida que pasaba el tiempo yo también me hice más fuerte.

Al principio quería aprobar a como diera lugar, me conformaba con lo menos. No obstante, no me bastó, no me conformaba, quería estar a un nivel promedio y fue así como a poco a poco seguí impulsandome hasta convertirme en el más sobresaliente de mi generación.

Cada que tenía una prueba me ponía en la piel de Elídan, pesaba en lo qué y cómo lo haría. Me convertía en él; cumplía su sueño y por eso debía ser el mejor.

Nunca antes luché tanto por conseguir algo y ahora que estaba en dónde tanto me había esforzado por llegar no iba a aflojar el paso hasta conseguir mi objetivo.

—¡Carter, conmigo! —me gritó James.

—Sí —contesté, sin detener mi paso.  

El viento me golpeó el rostro como un látigo a medida que mi paso se iba incrementando.

El hombre al que buscabamos se percató de nuestra identidad cuando estaba por entrar a su casa y se echó a correr. Terminamos persiguiéndolo por todos lo callejones del barrio. El condenado corría muy rápido, enserio muy rápido, para sobrepasar los treinta años de edad. Ni siquiera le importó arrojar la bolsa plástica a cualquier lado, en donde llevaba latas de cerveza.

Antes de doblar la esquina, el perseguido aumentó la velocidad y desapareció de nuestro radar. Yo y mi compañero corrimos más y pronto nos encontrámos de frente a dos callejones que simulaban una Y. No sabíamos si el tipo había tomó el de la izquierda o el de la derecha, pero no hizo falta hacer contacto visual con James para saber lo que deberíamos hacer:

La Analogía De Carter©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora