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   Llegó la hora de dormir y mi padre estaba acostado en la cama descansado tranquilamente, me acerqué al borde como la otra noche y volví a la oscuridad de la habitación.

— ¿Papá? —dijo una voz suave y muerta—. Papá, me mataste.

   El señor abrió los ojos aterrado ante las voces de mí hermana menor. Le había creado una ilusión y ahora mi hermana menor ensangrentada estaba frente a él.

— Cariño, no he sido yo-

— Mientes —dijo la ilusión de mí hermanita.

— Cariño yo te extraño —la ilusión sacó un cuchillo detrás de su osito de peluche y se acercó a él.

— Vamos a morir, irás al infierno con todas las almas podridas —dijo la vocecita más dura.

— Ca- —la ilusión le cortó el cuello.

   Él se asustó y tomó su cuello para detener su sangre, al ver que hacía esos típicos sonidos de quedarse sin aire, salí de la oscuridad y le ví la cara.

— Te dije que te ibas a arrepentir de todo, te veré sufrir hasta tus últimos días —hablé con voz dura.

— ¡Eres un demonio! ¡Fuera de aquí! —tomó un crucifijo y me lo mostró.

— No soy un demonio, deberías estarte quemando tu esa mano, eres el verdadero demonio aquí. Nos asesinaste —le dije.

   Salió la ilusión de mí hermana, madre y sirvienta, los tres al unísono repetíamos lo mismo.

— Nos asesinaste... Nos asesinaste —él cubrió sus oídos y negó varias veces confundido.

— ¡No! ¡Vete! —halaba sus cabellos y gritaba.

— Tú mismo te buscaste el castigo divino, serás juzgado por la corte de Dios, tú destino está en manos del ángel del juicio final —decíamos al unísono, mis ojos brillaban cada vez más.

— ¡No! —gritó y se desmayó.

[...]

   Los días siguientes me encargué tanto de día como de noche, le atormentaba, le hacía ver ilusiones, le rompía las cosas. Llegó al punto en que se refugió en su cuarto no dormía, ni comía, se estaba volviendo loco.

   Era un día en la mañana cuándo no lo pude ver en ningún lugar, no estaba en ninguno de sus lugares típicos, así que estuve buscándolo por todas partes. Hasta en las alacenas, hasta que metí la cabeza entre el refrigerador y lo ví allí metido, temblando por el frío de la nevera, voy hacia el teléfono y marco por el directorio al número del Psiquiátrico de Busan.

— Buenos días, Psiquiátrico de Busan ¿En que puedo servirle? —la operadora me contestó.

— Buenos días sí, mi vecino se está volviendo loco, ha sufrido de algunos ataques de ansiedad y a cada rato le escucho gritar desde mi casa. Ahora está en la nevera escondido ¿Podrían llevárselo? —le contesté amable a la operadora.

— Dígame su dirección por favor —la operadora me contestó.

— Es en las mansiones privadas de la playa de Busan, la número trece, la casa está hecha con caoba. Tengo que irme a trabajar, no podré estar aquí para recibirlos, entren por la parte trasera de la casa —la operadora vocalizó un "si"—. Bueno gracias.

[...]

   Solo pasó media hora y ya la ambulancia del hospital psiquiátrico estaba aquí, se bajaron dos hombres fornidos con una camisa de fuerza y una camilla. Abrieron la nevera y el señor dentro de ella se asustó, los hombres no perdieron tiempo y le inyectaron un sedante que lo desplomó al instante, yo solo veía eso desde ahí, tranquilo. Ahora este asesino se quedaría en ese asilo de enfermedades mentales de por vida, hasta que pueda demostrar sus crímenes.

   Los hombres se lo llevaron en la camilla y desde la ventana de la cocina me quedé viendo. Ese hombre no volvería a molestar en la vida. Fui hacia el baño en la segunda planta y llené la tina, quité mi ropa y al ver que la bañera se llenó por completo, me recosté relajándome completamente.

   En un sueño profundo quedé, a partir de ahora tendría que buscar pruebas para incriminar a mí padre.

𝑻𝒉𝒆 𝑷𝒖𝒏𝒊𝒔𝒉𝒎𝒆𝒏𝒕 • 𝑲𝑻𝑯 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora