CAPÍTULO 13

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―Esto debe de ser una sorpresa para ti

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―Esto debe de ser una sorpresa para ti...

Iker hablaba, pero Lucas se había perdido en el limbo de sus memorias. Una sonrisa le brotó de los labios, inherente y cautelosa de expresar una vez más, con otro gesto diferente al adecuado, la contracción emocional que le provocó ver el calco casi exacto de esa piedra extraña que ahora llevaba su amigo.

―¿Te estás riendo? ―inquirió Iker, extrañado.

―¿Qué es? ―respondió el muchacho, sonriéndole como un borracho al que ya se le mezclaron las emociones en un bochornoso episodio de catarsis―. Enserio, Iker, no sé qué tanta cosa traen con eso. ¿Tú lo hiciste? ¿Es una broma tuya o de los demás? Porque no le encuentro nada de chistoso ―culminó en un brusco tajo con un comentario sacado de la manga; no hubo ni tiempo de que se diera cuenta de lo contrario que sonó en contraste con su postura sonriente.

La tensión se posó sobre el pobre muchacho, esta vez sin tomarle importancia a mostrarse tan desbalanceado. Iker recapacitó al instante ante sus reacciones y trató de estabilizarlo.

―Lucas, espera, cálmate, deja explicarlo todo. Ahorita te vas a enterar, pero debes estar sereno o te va a volar la cabeza con esto.

Tales palabras golpearon a Gil arrugándole el entrecejo.

―¡¿Qué me vas a decir que me vaya a volar más la cabeza de lo que ya me ha volado hasta ahorita?! ―exhaló frustrado―. ¿Es algo de Erick? ¿Por eso vinieron por él? ¿A quién le robó esa cosa? ¿A su tío?

―No, Lucas, no se trata de Erick, ya te dije.

―¡¿Entonces?! ―exclamó de lleno.

―¡Es de ti! ―lo repelió emulando su altisonancia―. Se trata de ti, Lucas.

Ambos retrocedieron un poco tras haberse avecinado conforme se irguieron con la misma intensidad de la conversación. Lucas seguía dudoso y sin ninguna pista de lo que su amigo le trataba de comunicar, aunque lo cierto era que le carcomía la curiosidad, sobre todo viniendo de alguien que rebatía con hechos sólidos las teorías conspirativas de los ovnis. Tal vez era demasiado pronto para suponer algo mucho más escabroso, pero fue incapaz de frenar sus suposiciones sin fundamentos.

―Enséñamelo, Lucas ―retomó la palabra Iker.

Pero el muchacho, inmerso en su locura, no supo si se refería a lo que él tenía en mente.

―¡El cristal, güey, el cristal! ―le aclaró fastidiado.

Lucas se detuvo ante dicha petición y por un instante de lucidez retomó la idea de que aquello fuese más que una simple broma. Introdujo entonces la mano a su bolsillo y así lo enseñó; con mucho cuidado de solo tomarlo por la cadena, temeroso de que este lo asustara con una corriente de energía.

Al estar ambos cristales expuestos, brillaron con tal fuerza como si se reconocieran mutuamente. Lucas, sobrecogido una vez más, lo soltó de golpe deteniendo su incandescencia.

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