CAPÍTULO 2

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No hace mucho tiempo, un mes atrás para ser exactos (antes de que nuestro héroe estuviera a punto de echar la carrera de su vida), todo seguía un curso natural en la cotidianeidad que se llevaba sobre las calles

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No hace mucho tiempo, un mes atrás para ser exactos (antes de que nuestro héroe estuviera a punto de echar la carrera de su vida), todo seguía un curso natural en la cotidianeidad que se llevaba sobre las calles. No había prisas ni presión alguna con la que se tuviera que cargar, fuera de lo que resultaban casi todos los días desde que Lucas había adoptado las banquetas como su hogar.

Un conjunto de cinco coches estaba ya haciendo fila para ser limpiado de toda la mugre que Lucas y sus compañeros terminaban llevándose en sus ropas. Trapazo tras trapazo, iban realizando de forma llevadera el trabajo, en una mañana donde los ánimos habían desatado una profunda plática entre tres de los cinco amigos.

―Güey, pero ¿qué tal si resulta cierto? ―repuso Lucas, emocionado―. ¿Por qué no creer que algo como eso sea posible? ―acusó, defendiendo la postura que tenía.

―Oye a este animal ―arremetió Alan, un muchacho picoteado por las marcas del acné, con ese característico tono burlón que invitaba a pensar que era de las personas que todo el tiempo estaban mofándose hasta de lo más sagrado―. Cállale la boca, Iker, por favor ―rogó hartado.

El otro muchacho ―igual de delgado que el resto, pero con ligeras diferencias mucho más finas que lo hacían ver algo más cuidado: con el cabello ondulado y corto que parecía no despeinársele ante toda circunstancia― solo enarcó las cejas de su rostro en proceso de evolución a la adolescencia. Aflojó los hombros para dejarlos caer mientras, inexpresivo y sin muchas ganas de participar, mantenía ocupada su mente en terminar de remover la tierra de una de las llantas del Tsuru que lavaban.

―¿Qué?, no podemos descartarlo ―insistió Lucas, enfrascado en el tema―. Nomás es cosa de usar un poco la imaginación. Denle si no otra explicación a por qué los huracanes siempre se desvían antes de llegar a Tampico.

―¿Las corrientes de aire que bordean el Golfo de México, tal vez? ―Como fue de costumbre, Iker no pudo resistirse a debatir esa postura tan poco fundamentada, lista para derribar con el peso de los fastidiosos hechos sólidos.

Alan se alzó airoso por debajo del cofre, con exclusividad para disfrutar la alegría brindada por su sabiondo amigo. En cualquier otra ocasión, aquello lo hubiera recibido con molestia y acompañado de una sarta de groserías; en especial si él hubiera estado en el lugar de Lucas.

―¡Ja! ―lo señaló como si este hubiera cometido el peor error de su vida. Por la expresión de satisfacción en el rostro, pareció por un instante que lo crucificaría ahí mismo―. ¿Ves? ¡Pura estupidez! Bien dicho, Iker. Siempre salvando el día con tus comentarios sin sentido que nunca entiendo ―exclamó, levantando los brazos al cielo.

«Que no los entiendas no quiere decir que no tengan sentido», pensó Iker, frenándose ante el impulso de sacarlo a relucir con su verbosa lengua. De todas maneras, hubieran sido dos puntos a favor suyo en un solo debate y hacia dos individuos diferentes, lo cual ameritaba ignorarlo, como la mayoría de las veces.

Gárdeom: El legado de las estrellasWhere stories live. Discover now