CAPÍTULO 6

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El sopor en el que se había sumergido Lucas por fin perdía el efecto

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El sopor en el que se había sumergido Lucas por fin perdía el efecto. Sentía a lentos pasos su cabeza regresar al lugar de siempre, después de que esta se hubiera puesto a dar vueltas tras el pasmo del químico que había inhalado. El mismo, le había dejado un ardor en la nariz como si se hubiera metido un tubo entero de pasta dental. No podía ver nada más que oscuridad absoluta, pues una especie de costal le tapaba toda la cabeza y el lugar en donde se encontraba carecía de luz artificial. La lucidez de sus sentidos iba tomando mayor fuerza, poniéndose dispuestos para notar todo lo que su entorno podía delatar sin necesidad de ver. El olor era neutro, similar a un lugar que se mantiene limpio o esterilizado con constancia.

Por un fugaz momento le vino a la cabeza la imagen de un hospital (uno que no estuviese en descuido), pero rebatió esa idea, ya que el contraste de los sonidos alcanzados a percibir era muy marcado. Por su parte, el eco del lugar también sonaba profundo y tosco, lleno de metálicos choques de piezas, igual que si martillaran a cada rato los fierros de algo en particular. Ruidos de maquinarias enormes y pesadas era lo que lograba imaginarse con el vertiginoso vaivén de pistas.

Intentó moverse de la incómoda posición en la que estaba, pero no pudo. Al parecer, algo apretaba sin mesura sus muñecas por detrás de la espalda en tanto que sus pies permanecían unidos de igual forma, con lo que supuso que se trataba de cinchos o alguna tira de plástico resistente. Si de por sí la desesperación iba incrementando en él, estar sentado en una posición bastante molesta y sobre un metal frígido, convertía la ocasión en el momento idóneo para volverse creyente y comenzar a rezar.

«¡No, por favor, no!», suplicó en su interior, casi escapándole sus pensamientos en forma de quejidos audibles.

Pero antes de que lograra desesperarse (lo suficiente como para que el miedo tomara control de su boca), un chirrido hizo que la luz entrara de golpe a sus ojos cubiertos por el costal.

Se estremeció dando paso a temblores en su cuerpo. Alguien acababa de entrar al lugar en el que estaba encerrado.

―¡A ver, morros, váyanse poniendo de pie! ―resonó la voz severa, la cual rápidamente Lucas identificó que era procedente de uno de los que lo habían interceptado en el hospital.

El sonido de sus pasos amenazó con acercarse, con lo que el pobre muchacho sintió un miedo en su totalidad real, alejado de cualquier pesadilla que hubiese tenido, pues imaginó que se avecinarían solo para golpearlo o algo peor.

La luz nítida se posó de pronto sobre sus ojos al instante que retiraron de su vista aquello con que la bloqueaban.

―¡Nos vamos a mover de aquí! ¡Más vale que no pataleen o hagan alguna estupidez, sino les voy a meter un balazo por el culo!

El hombre se había dispuesto a cortar las ataduras de sus pies con una filosa navaja, pero esta no robó la atención de Lucas, sino la enorme arma que le colgaba tambaleante y cruzada sobre un hombro. Al mismo tiempo, nuestro amigo miró las caras de horror que lo acompañaban en el reducido espacio del contenedor en el que estaba. Conforme los iban destapando, la tristeza lo invadió, pues apreció la joven edad que se notaba en todos; algunos en llanto y otros manteniéndose más fuertes, pero en concreto consternados e incapaces de hacer algo.

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