❝ Los días mas largos ❞

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Sus momentos de boberia. Así los llamaba porque prefería eso a "realmente no estás prestando atención a nada más" cuando la verdad es que, no, no lo hacía. Cuando despertó de él, estaba a mitad de la clase de matemáticas haciendo un tatuaje de pluma de gel sobre la clara piel del brazo de Rosé.

En un primer momento, ella no se lo hubiera permitido, porque cuando ella o Minnie terminaban por distraerse, solo servía paraqué una de las dos se molestara con la otra por los apuntes perdidos. Pero con Rosé eso era diferente. Lisa dejó de lado la clase de algebra para concentrarse en el dibujo de una rana con lentes de sol; sentarse con Rose, juntas, en el mismo lugar, se había hecho un hábito, y distraerse con ella, una afición que comenzaba a gustarle.

Y es que con tan solo llegar por el blanquecino portón, sabía bien que su lugar ya no estaba en la fila media del espaciado salón, porque desde que ella y la pelirroja se habían hecho tan buenas amigas, solía irse a sentar hasta la parte trasera, casi exactamente en la oficina que compartía la entrada con el salón de la muchacha

"muy buenas amigas"

Por alguna razón se sentía una traidora al sentirse tan bien con alguien que no era Minnie, pero toda la duda se disipaba una vez que Rose y sus malos chistes comenzaban.

No podría negar era lo divertido que se habían vuelto las clases gracias a la chica de regordetas mejillas; incluso el profesor de literatura se sorprendió al ver a su mejor estudiante sentarse hasta atrás.

—Estás de acuerdo con que es estúpido ¿no?

La campana había sonado hacía poco, pero el profesor no había legado aún, y lo más probable, pensó la azabache, no lo haría ese día.

— ¿De qué hablas?, es realmente interesante.

— Rosé, dudo mucho que un chico que pueda meter toda su mano al puño sea una buena señal, si sabes a lo que me refiero.

Y volvió a escuchar la escandalosa risa de la joven, similar a escuchar a ese hombre que solían limpiar los ventanales de los grandes edificios que veía en las películas hollywoodenses, la había tomado la confianza apara hacer ese mismo chiste cada vez que la escuchaba reírse. Siguieron así, hasta que ella tomó del hombro de frente suyo y este se giró a la pelirroja

—Oh dios Jen,—Paró unos minutos, para volverse frente al pizarrón y tocar el hombro de la castaña. Y sucedió. —Jen, escucha esto.

Lisa supo que la cara se le hizo conocida, más que por una presentación normal de salón. Pero se sintió de volver a preguntar su nombre. Aquellos ojos, que aunque tan pequeños, le miraban con más brillo que la última vez. Unos labios algo gruesos, que contrastaban con la obscura y mulata piel de la chica, apiñonada, canela pasión diría su mejor amiga, quienes se curvaron en una sonrisa cuando la vio. Con ese cabello largo cayendo como cascada por unos delgados hombros; su rostro se iluminó cuando la vio sonreír. "¡Claro!", se dijo as í misma, "esa era Jennie Kim".

— ¿Qué? ¿Qué pasó? —contestó riendo, perdiendo ante la persuasiva risa de Rose.

Las risas continuaron, y al igual que con Rose, la pequeña las siguió hasta las bancas.

—Jennie Kim ¿No? —preguntó tímidamente a la más alta del trío, interrumpiendo a esas dos de lo que sea de lo que se estuvieran riendo desde que la campana del descanso sonó.

—Sí, así es. —Jenn por su parte apoyó sus brazos en la mesa banco de Rosé, habiendo escuchado su pregunta, y la miró de más cerca. —Pero me gusta más que me digan Jen.

Jennifer era aquella chica bajita, la más baja del salón, que le apasiona la cultura exterior, sobre todo la occidental. Era fanática de la banda americana del momento. Y según sus palabras, "eran los chicos más lindos que conocía"; para Lisa, eran todos prácticamente iguales*

Como olvidar a lo que ya te olvidó「Jenlisa」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora