Capítulo treinta y cinco

Start from the beginning
                                    

— Gracias. Aprendí del mejor —señalo con suficiencia.

— Espero que hables de mí.

— ¿Conoces algún otro patán arrogante?

Ambos reímos a carcajadas. Luego acaricia mis mejillas con sus dedos, justamente en el lugar del golpe. Me escuece un poco, pero no duele mucho. Supongo que no me golpeó con mucha fuerza.

— Estoy bien —confirmo por enésima vez—. Solo fue una escena desagradable. No pasó a mayores.

— Debiste contarme —replica.

— ¿Seguiremos dándole vueltas al asunto? No quiero volver a discutir.

— Eres imposible —resolpa.

— Pero así me amas —agrego sonriente.

— No lo dudes ni por un instante —me besa con una dulzura abrumadora—. Te amo, mi pequeña provocadora.

— Yo te amo más, mi patán arrogante.

19 de febrero de 2019

Me remuevo inquieta en mi asiento, expectante por escuchar sus palabras. Sin embargo, resulta completamente innecesario: su expresión lo dice todo, aunque intenta esconderlo con una deplorable sonrisa.

— No está mal —traga con dificultad. 
Podría compadecerme de ella, pero se me hace completamente imposible. Esto es su culpa. No cesó de insistir —a pesar de mis negativas—, hasta hacerme enloquecer.

— Se te da fatal mentir —le reprocho.

— ¡No es cierto! —no digo nada; solo la observo fijamente. Esta es mi venganza. Sonrío victoriosa al escucharle suspirar, en señal de rendición—. Está bien, lo admito. ¡Pero es que no lo entiendo! Incluso mi sobrina podría hacerlo mejor.

— Alégrate de que sea medianamente comestible —replico—. Al menos, no has vomitado. Erick y Becca no corrieron con la misma suerte.

— Sigo sin entenderlo —su insistencia resulta admirable en algunas ocasiones, en otras, se vuelve impertinente—. Tienes todo lo necesario para hacerlo bien…

— Excepto la habilidad —replico—, el talento. Ni siquiera tengo la vocación. Como alega mi querido amigo Erick, cocinar también es un arte. Aunque en mi caso, representa el peor de los castigos. No se puede poseer todo en la vida, Riley y evidentemente, la cocina no es una de mis virtudes. Agradezco mucho tu paciencia y empeño en darme clases, pero la cocina y yo —señalo las albóndigas dudosamente comestibles—, es algo que no pasará. Ríndete de una vez.

— ¡No puedo! —exclama exasperada. Creo que está a punto de llorar—. He apostado con Eick. El no pudo hacerte cocinar. ¡Solo tenías que hacer un maldito plato! ¡El más sencillo de todos!

Aaaah. Así que de ahí viene su empeño y molestia, además.

La escucho gruñir. Está cabreada.

— Pasaré por alto el hecho de que hayan apostado a mi costa, a cambio de que desistas y recojas todo este reguero. A la señora Clarke no le gustará nada ver cómo ha quedado la cocina —lo cual se resume a un completo desastre. Al menos yo, tardaría una semana limpiando—. Hilda ya salió de aquí refunfuñando. ¿Trato?

— Supongo que no me queda otro remedio —claudica.

— Supones bien —me levanto de la mesa antes de que se arrepienta de sus palabras. Sin embargo, me detengo antes de cruzar la puerta—. Si te sirve de consuelo, Erick desistió mucho antes que tú.

— ¿Cuánto? —inquiere. Ya comienzo a arrepentirme de mis palabras—. ¿Cuánto tiempo?

Resoplo malhumorada—. Al segundo día; me echó de su cocina y me prohibió pisarla por toda una semana.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now