—Podemos caminar, Adam. —Rodeé su espalda con mi brazo y seguí su ritmo al caminar, sabía que el hotel estaba a unos veinte minutos caminando, pero el frío entorpecía nuestros pasos— Aún no tengo tu regalo de cumpleaños, sigo sin encontrar algo digno de tu presencia.

Dejo salir una pequeña risa, acomodó su brazo a mí alrededor y siguió con la mirada al frente. Sus ojos tenían un pequeño brillo desde que habíamos salido de su oficina, y su semblante estaba más relajado que antes, incluso su tono de voz, salía con más dulzura de lo que acostumbraba escucharlo, específicamente porque es Adam.

La noche era fría, las calles tenían sus largas filas de autos, las luces rojas, blancas y amarillas era lo que sobresalía del pavimento, las tiendas y las personas dentro de ellas se veían irreales, todos seguían moviéndose al ritmo de la ciudad, pero no nosotros, caminábamos con tranquilidad, disfrutaba de la cercanía de Adam, de su respiración y sus comentarios aleatorios de la ciudad. Había un aroma a piel que provenía de su saco y sus guantes, pero siempre se veía opacado por el aroma de menta, jabón y cigarrillos, no podría olvidar ese olor, jamás en mi vida.

Disfruté el camino al hotel, incluso con el frío que atravesaba mi saco y mis pantalones, cruzaba toda mi piel, pero el calor que Adam emanaba lo contrastaba tanto, él contrastaba todo.

— ¿Ems?

—Uhm.

— ¿Sabes que fui sincero cuando te dije que te amo, verdad?

Giré a verle el rostro, pero su mirada se encontraba seriamente estática en el semáforo frente a él, su mandíbula estaba tensa y su respiración había desaparecido por un par de segundos; apoyé mi cuerpo contra él, y busqué su mano, sus dedos se relajaron al entrelazarse con los míos, él sabía que mi respuesta era un rotundo sí, y que el corazón me había latido a más de 120 veces por minuto al escucharlo decirme esas dos palabras, Adam había tomado su tiempo después de pasarle el pestillo a la puerta para besarme y abrazarme como si temiese que me fuera ese mismo día, sus mejillas se habían cubierto de cristalinas lágrimas, y lo único que le importaba en ese momento era tenerme cerca, no más, no palabras, no reuniones, sólo él y yo en el último piso de un rascacielos. Y siendo sincera, estaba bien con esto. Estaba bien con él, y con cómo quería llevar las cosas entre nosotros.

El ascensor a la habitación de Adam contenía el aroma de nuestra caminata, de la ciudad, del restaurante y de los cigarrillos que habían pasado por sus labios esta noche. No se había separado de mí hasta ahora que estábamos en este pequeño elevador, estaba recargado contra una de las cuatro paredes metálicas que nos rodeaban, tenía la mirada fija en mí y ambas de sus manos se encontraban resguardadas en sus bolsillos; podía ver la creciente tristeza en sus ojos, que se opacaba con la media sonrisa que formaban sus labios, conforme el elevador tintineaba al llegar a cada uno de los pisos.

Una extraña sensación me inundaba el pecho cada que le miraba a los ojos en esta noche, no podía decir que era desencanto o miedo, porque hace meses que le había perdido el terror a verle el alma, sino que era un sentimiento completamente diferente, se sentía frío pero abrazador al mismo tiempo, y era completamente nuevo, no recordaba haberme sentido así en algún momento desde que le conocí, desconocía completamente su naturaleza.

Las pesadas puertas metálicas por fin se abrieron ante nosotros, revelando el amplio pasillo a la habitación dónde dormíamos cada noche, Adam extendió su brazo invitándome a salir primero que él, sus pasos se escuchaban detrás mío, me detuve frente a la habitación esperando que su presencia llegase a mi lado, uno de sus brazos me atrajo hacia él, su pecho tocaba ligeramente mi espalda, su respiración chocaba contra la coronilla de mi cabello, y al extender su mano libre hacia la puerta, sus labios rozaron contra el mi oreja, su mano quedó apoyada contra el picaporte dorado que nos permitía el acceso a la habitación, la tarjeta yacía entre sus dedos, apoyándose contra su anillo.

ADAM - en edición.Where stories live. Discover now