14|Conozco esa mirada.

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—Hola, bonita.

Salgo de mi nube para levantar la cabeza hasta que nuestras miradas se conectan. Aníbal se acerca inclinando el torso hacia adelante hasta que sus labios acarician los míos ejerciendo una leve presión. Cierro los ojos en automático para dejarme llevar cuando le correspondo moviendo los labios siguiendo el ritmo. Mis manos se deslizan tras su espalda húmeda como una excusa para sentir su piel sobre mis yemas. Su espalda es ancha, siento sus músculos tensarse ante mis caricias y él tampoco pierde oportunidad cuando me acerca a su cuerpo para arrastrarme hacia el interior de su apartamento. El beso es lento, sin prisa, sin embargo, mis pulmones comienzan a exigirme por oxígeno que obligo a mi cuerpo a separarse.

Abro los ojos sin borrar una pequeña sonrisa.

—Hola, tú —susurro en un intento de recuperar el aliento— ¿Sabes?, odio las escaleras. Obligan a uno a hacer ejercicio contra su propia voluntad.

Lanza una sonora carcajada apretándome más a su torso mientras lleva hacia atrás la cabeza. Es música para mis oídos y por una extraña razón, me gusta. Nunca antes me había sentido así de cómoda.

—Dios, bonita. Deberías dejar de quejarte —arrugo la nariz no tan de acuerdo con su palabrería— ¿Te sirvo un vaso con agua?

—Por favor.

Sus manos me liberan para cerrar la puerta, la pequeña sala cuenta con un par de sillones de cuero, una alfombra y televisión de pantalla plana. Todas las paredes son de color crema, sigo mirando lo que hay en mi panorama al ir tras del chico hacia la cocina, cuando una bola esponjosa sale de la nada dando de saltitos y ladrando hasta enredarse entre mis piernas, pego un rebote de la emoción en presencia del perrito que saca la lengua, flexiono las rodillas quedando a su altura para acariciarlo.

—No me dijiste que tienes otra mascota —da saltitos cuando acaricio su melena hasta bajar a su espalda, lleva un collar platead o donde está grabado el nombre de Odie—. ¿Quieres irte conmigo, Odie?

—Es de Phillip y si te escucha, le daría un infarto, ese perro es su adoración.

Estiro las piernas recuperando mi postura erguida para aceptar el vaso con agua que Aníbal me entrega tras darle las gracias.

—¿Y dónde ha quedado el pajarraco? —el pelirrojo tuerce el gesto.

—Donatello es un interesado, a veces se queda o desaparece.

Encoge los hombros sin borrar su expresión de decepción. Alzo las cejas de manera sorpresiva, dejo el vaso sobre la isla.

—Bueno, al menos sé que no corro peligro —bromeo y él sonríe— hay que ser honestos, ese pajarraco en serio quería sacarme los ojos.

—Dramática —pone los ojos en blanco.

—¿Dónde está Phillip?

Dios, estamos solos.

—En un lugar donde no pueda interrumpirnos por hoy, bonita.

Abro la boca con asombro. Voy a perder la cabeza.

El silencio nos envuelve. Sin embargo, Aníbal me coge de la mano hasta entrelazarlos por los huecos de mis dedos, me hace una señal con la cabeza y no replico. Caminamos hacia un pasillo que conecta hacia las habitaciones, él me da un tour cortito hasta llegar a la suya donde las paredes en su interior están tapizadas de pósters de sus cineastas que más le inspiran para seguir con su carrera, tiene varios estantes con figuras coleccionables de Star Wars, Los Simpson y funkos de personajes literarios. Los últimos nunca he podido conseguirlos, son muy caros.

Los cuervos también se enamoran  (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora