Le tomo alrededor de cuarenta minutos cruzar las diez cuadras que separaban el edificio de Kevin de la farmacia, la cual estaba abarrotada, y comprar lo necesario, pero al fin se encontraba en el camino de vuelta. Eran alrededor de las cuatro de la tarde y el sol calentaba bastante. Para variar, ya había comenzado la primavera y, con calor y todo, Vanesa se alegraba de estar afuera disfrutando del color y el aire puro. Caminaba tranquila, jugueteando con la bolsa con sus nuevas vitaminas.

— Puta traicionera —le susurró una voz junto a su oído—. No fuiste a verme. Te estuve esperando toda la puta tarde.

Paraliza a mitad de la vereda, Nes rogó que esa voz fuera fruto de su imaginación. Tuvo que desechar esa posibilidad cuando un brazo le rodeó la cintura y el cuerpo de él se apoyo en el suyo por detrás.

— Que bien hueles, cariño —Diego tenía su nariz pegada a la base de su cuello, donde deposito un beso—. Creo que solo por eso puedo perdonar su falta de educación al dejarme plantado sin siquiera un aviso.

Dicho esto poso una de sus manos en el vientre fecundo de ella, logrando que ella dejara escapar un sollozo. Tenía tanto miedo por su bebé, que apenas podía evitar temblar.

— Oh, no, lindura... Nada de llantos —de un tirón la volteó de tal manera que ella se vio enfrentada a la mirada lasciva y perversa de él—. No voy a castigarte, por haberme plantado, cariño... pero aún así me debes una compensación. ¿No te parece?

Vanesa parpadeó asustada ante las palabras de él, mientras sentía una de sus manos tasando su trasero y su boca besando su cuello. Un gemido ronco surgió de entre los labios de Diego.

— Salgamos de aquí, cariño —él separó un poco de ella y la tomó de la mano para llevársela—. Vamos a un lugar más conveniente. No aguanto más.

A Nes se le cayó el alma a los pies. ¿Qué se suponía que debía hacer? Ella estaba más que segura de que no quería seguirlo, pero no veía el modo de evitarlo, no sin que ella o su bebé sufrieran algún daño. Sin dejarla pensar más, Diego a arrastro por la calle apresurado. A la fuerza la metió en su coche y arrancó.

Ella creía que él la llevaría a su casa, pero no fue así. Luego de recorrer una par de cuadras, Diego se adentro en un estacionamiento en un subsuelo, alejado de todo movimiento. Aparcó en uno de los lugares y se volvió a mirarla.

— No tienes idea de lo que te he extrañado —dijo él apoyando una de sus manos en la rodilla de Nes y subiéndola hacia el muslo, de tal manera que le levantaba la falda que ella llevaba.

En un movimiento rápido, cambió de mano para poder seguir explorando su pierna, mientras que con la otra, tiraba el asiento del copiloto para atrás. Vanesa quedo recostada, observándolo horrorizada incapaz de decir palabra alguna. No dejaba de temblar y soltó un grito ahogado cuando Diego a liberó de su toque para poder desabrocharse sus pantalones. Se los bajo un poco junto con su bóxer y se subió a horcajadas sobre ella, besándola en la boca, obligándola a recibirlo.

Nes se limitó a llorar y desviar la cabeza aun lado cuando, luego correrle la ropa interior, él la invadió con brutalidad. Esta vez no pudo alejarse de la realidad. No, esta vez se vio obligada a escuchar todos y cada uno de los gemidos de satisfacción que producía él.

Cuando terminó, Diego volvió a su asiento acomodándose la ropa. Pasó una mano por encima de ella y le abrió la puerta del coche, invitándola a irse con una sonrisa despiadada. Vanesa, sin perder tiempo y con mas lágrimas pugnando por salir, se arregló su ropa y abandonó el coche.

Aturdida, se dirigió hacia la entrada del estacionamiento. Cuando estaba llegando a la calle, el auto de Diego pasó por su lado desacelerando.

Caperucita RojaWhere stories live. Discover now